Las 6 grandes mentiras de la consulta
1.- El INE boicoteó la consulta. Falso. En realidad, quien la boicoteó fue el propio López Obrador. Primero, no le otorgó al INE la partida presupuestal suficiente para que la consulta fuera del tamaño de una elección (terminó siendo como una tercera parte). Luego anunció que estaba en contra de enjuiciar a los expresidentes (el espíritu inicial del ejercicio). Y ya al final hasta dijo que no acudiría a votar… y no acudió.
2.- Se desperdiciaron 580 millones de pesos que pudieron haberse usado en comprar medicinas. Falso. En realidad, la falta de medicinas no se debe a falta de dinero, se debe a una aguda incompetencia. El gobierno tenía los recursos suficientes para comprarlas, pero en su capricho de reinventar el mercado de las medicinas, fracasó, dejó a muchísimos sin tratamiento, esto cobró vidas y al final… se sometió al mercado de las medicinas.
3.- Se mostró la debilidad del presidente, sólo votaron 6 millones de personas. Falso. En realidad se mostró la debilidad de los operadores del presidente (sus propagandistas, activistas, intelectuales, periodistas y dirigentes partidistas) que fueron los únicos que impulsaron la participación en la consulta. López Obrador anunció que no iba a participar. Si alguien piensa que sólo 6 de los 93 millones de electores respaldan al presidente se está equivocando gravemente.
4.- La gente no quiso enjuiciar a los expresidentes. Falso. La consulta que López Obrador concibió desde antes de tomar posesión como una pregunta sobre si debía juzgar a los expresidentes de la que él describe como “larga noche neoliberal” -sin delitos concretos y más bien con acusaciones morales- no podía realizarse en un marco constitucional democrático. En lugar de batear la consulta, la Suprema Corte modificó la pregunta para convertirla en un galimatías insulso que poco tuvo que ver con enjuiciar a los expresidentes. En el fondo, eso sigue siendo decisión de López Obrador. Ya lo esbozó ayer en la mañanera: “esto no descarta la posibilidad de que haya juicios”. Estoy convencido de que si lo necesita políticamente, López Obrador los meterá al bote… con el peligro de que en el futuro le pueda tocar a él.
5.- AMLO es un demócrata por promover las consultas ciudadanas. Falso. A diferencia de los millones de mexicanos que han demostrado una y otra vez desde hace más de dos décadas que confían en los procesos democráticos independientes del gobierno para decidir quién llega al poder, el presidente López Obrador concibe su gestión como si fuese resultado de un proceso revolucionario. Por eso no se comporta como cabeza de un gobierno elegido en las urnas, sujeto a la crítica y al escrutinio de los votantes. Por eso su necesidad permanente de construir una narrativa épica, una imagen de sí mismo como fundador de la “verdadera” democracia, como el heroico líder que combate a cada paso las conspiraciones de la contrarrevolución. Por eso se siente con derecho a torcer la ley a su conveniencia, e imagina que el estado perfecto de su Presidencia es uno en el que no existe oposición de ningún tipo o si existe, es sencillamente ilegítima. Bajo ese esquema, cualquier desastre de su gobierno es justificable. Por eso la necesidad perenne de la propaganda, el enemigo externo, la conspiración golpista, los malos y corruptos que quieren acabar con el líder que representa al pueblo. Muy distinto a un mandatario que recibió el aval de la sociedad en las urnas y debe sujetarse a su veredicto.
6.- El presidente respeta los resultados electorales. Falso. Sólo los respeta cuando sucede lo que él quiere. Es previsible que en la segunda mitad de su mandato, López Obrador radicalizará su narrativa épica, movilizará a su partido, sus legisladores y sus ministros afines para embestir al Instituto Nacional Electoral (villano elegido en el discurso como culpable del fracaso de la participación en la consulta) y controlarlo con miras al 2024. Y el relato será que él quiso juzgar a los expresidentes corruptos y asesinos pero sus cómplices lo impidieron. Y todos aquellos que no salieron a votar el domingo, aunque sea la inmensa mayoría de los mexicanos, son desde ya parte de las filas de la contrarrevolución.