La violencia social
La violencia es uno de los resabios más constantes y catastróficos de nuestra condición animal. Pero mientras que entre los animales dichos irracionales, la violencia está supeditada estrictamente a la sobrevivencia, la violencia entre los seres humanos, los racionales, es multifactorial, particularmente cuando se trata de violencia social, donde la delincuencia es apenas uno de sus aspectos.
De ahí que cuando el gobierno combate la delincuencia desde un enfoque unilateral lo único que logra es crear más violencia; se inicia entonces una escalada para mostrar quien es capaz de mayor agresividad, si la autoridad o los delincuentes.
Desde un planteamiento integral advertimos que la violencia social puede ser el resultado de prolongados periodos de represión, frustración, crisis de valores o impotencia frente a las condiciones concretas de la vida. A mayor número de personas afectadas por esta experiencia, más amplio el índice de violencia surgido.
Estos periodos suelen darse en etapas de progreso tangible y manifiesto cuando éste no es alcanzable para todos, pero sí es para todos visible. La ostentación de los pocos genera violencia entre los muchos que no logran esos niveles de satisfacción aunque se esfuercen.
Se agrava la situación cuando concurre además un periodo de cambios en las conductas sociales, en especial cuando los principios y los valores son abandonados o no logran establecerse con nuevos lenguajes. “Tener” que vivir según valores en los que no se cree, ejerce una nueva presión sobre las personas y por lo mismo una violencia sorda. Reprimirse, frustrarse o vivir la impotencia frente a las acciones de los demás, justas o injustas, genera igualmente violencia.
La plataforma de la violencia es hoy en día enorme y tiene escala mundial. Nace de las desigualdades económicas entre naciones poderosas y naciones débiles, entre grupos raciales o religiosos, entre las clases sociales altas y las marginales, nace de la polémica entre los derechos del hombre enfrentados a los de la mujer, la violencia que producen las sectas fundamentalistas reprimiendo y condicionando a sus seguidores, la violencia subterránea que se observa en la misma Iglesia y que aflora luego en la comisión de delitos cometidos por quienes son obligados a llevar estilos de vida para los cuales no fueron adecuadamente formados. Hay cada vez más violencia en la relación que se da entre los padres y sus hijos por la diversidad de presiones a que están sometidos unos y otros y que estallan con cualquier pretexto. Es la energía destructiva que surge de la avidez desaforada por el dinero, no por el trabajo. Es la violencia de los espectáculos y con ocasión de los espectáculos, la violencia del ruido y de la velocidad como una forma de agresión y desahogo, la violencia autodestructiva del drogadicto pobre o rico, o la del suicida.
Ante este escenario de violencia generalizada, la delincuencia formal acaba siendo la gran avenida por la cual estalla todo tipo de emociones, pensamientos, represiones, desquites, revanchas, venganzas contra todo y contra todos. Lo que sigue es la pena de muerte a los delincuentes y los escarmientos sanguinarios, si las autoridades se obstinan en enfrentar el problema de manera vertical, unilateral, y no de manera multifactorial e interdisciplinaria.
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