La traición de Alito
La credibilidad en la palabra de Alejandro Moreno no es algo de lo que pudiera presumir el presidente del PRI. Es más ladino que confiable y de lengua que come infinitos tacos. Lo demostró desde el principio de su gestión al frente del partido que se ve en decadencia, con la bufonada de que todos los días iba a tener su propia mañanera para responder al Presidente Andrés Manuel López Obrador. Las palabras se ahogaron en algunas notas periodísticas sobre sus propiedades en Campeche, donde fue gobernador, que quizás lo llevaron a recordar que para tener una lengua larga se necesita una cola corta. Se achicó y optó por un bajo perfil que, gradualmente, se ha ido inclinando, no hacia la oposición, sino todo lo contrario. Moreno engañó a quienes esperaban un líder contestatario, y su traición irá escalando, al planear entregar el partido al Presidente.
Moreno ha estado actuando en contra de la coalición electoral que forjó con el PAN y el PRD llamada “Va Por México” para enfrentar a Morena en las elecciones intermedias del año pasado, donde obtuvieron resultados positivos. Impidieron la mayoría calificada del partido en el poder en la Cámara de Diputados, con lo cual obligarán al Presidente López Obrador a negociar para sacar adelante las tres reformas constitucionales que tiene en la cartera, y ganaron las ciudades medias y grandes del país. Tras esos resultados la alianza fue ratificada y los partidos han estado trabajando rumbo a las elecciones presidenciales en 2024.
La convicción probada en junio pasado de que sólo unidos podrían contrarrestar la maquinaria electoral de López Obrador, tiene el tiempo contado. En diciembre pasado, un emisario cercano al canciller Marcelo Ebrard se presentó en la reunión de gabinete previo a la mañanera y hacia el final pidió la palabra. El emisario le dijo al Presidente que llevaba un mensaje de Moreno porque quería hacer una alianza con el Gobierno. López Obrador pidió que los dejaran solos para hablar con el emisario. No se conocen los detalles del mensaje que envió el líder nacional del PRI, salvo su decisión de jugar con el Presidente lo que reste del sexenio.
Los temores de que Moreno pudiera traicionar a la alianza opositora, aunque aún no tiene los cimientos bien puestos, ya tienen razones objetivas de ser. De llegarse a concretar, porque ni dentro del PRI ni en la alianza opositora tengan la suficiente fuerza y los incentivos para impedir que Moreno les voltee la espalda, lo único que se ratificará es lo que siempre ha sido el actual dirigente de ese partido.
Se entregó a su paisano Juan Camilo Mouriño cuando era una figura clave en el Gobierno del presidente Felipe Calderón, y luego fue escudero de Miguel Ángel Osorio Chong, cuando era secretario de Gobernación en el Gobierno de Enrique Peña Nieto. Mouriño falleció en un accidente de aviación, y a Osorio Chong le clavó una daga en la espalda. Igual hizo con muchos otros priistas de prestigio y capacidad. Moreno secuestró el Comité Ejecutivo Nacional y blindó a todos con curules. Se asoció con Rubén Moreira, coordinador del PRI en San Lázaro, que es un político experimentado y, sobre todo, con amplia experiencia electoral, como demostró en Coahuila, donde fue gobernador e impuso a Miguel Riquelme como su sucesor.
En el quid pro quo, Moreno llevó a la esposa de Moreira, Carolina Viggiano, como compañera de fórmula en la conquista del PRI, y actualmente, además de diputada, es secretaria general del partido. Ese juego tuvo consecuencias y, de aceptar López Obrador la oferta de Moreno, Hidalgo será el vórtice no sólo del PRI, sino de la coalición opositora. Viggiano fue muy cercana a Osorio Chong, quien la formó e impulsó. Su relación con Moreira fue como una bofetada, y la vinculación con Moreno, desplazando a todos menos a su estado mayor, fue como una puntilla política. Viggiano es la candidata de Moreno y Moreira para la gubernatura en Hidalgo, que se disputará este año, que el líder del PRI no quisiera perder.
Es posible, porque así se ha venido discutiendo dentro del PRI y en la alianza opositora en los últimos meses, que Moreno podría entregarse a López Obrador a cambio de varias gubernaturas. Hidalgo, una de ellas, es la que tiene el mayor potencial de implosión. Impulsar a Viggiano sin el respaldo de Osorio Chong es arriesgar una ruptura. Pero pelearse con el gobernador Omar Fayad, como sucedió hace unos días, por el control de la sucesión, es prender la mecha al tambor con dinamita. La paradoja del pleito es que estos dos podrían estar jugando en busca del favor de López Obrador.
El 29 de diciembre el PRI informó que iría en alianza con el PAN y el PRD en la candidatura por Hidalgo, y precisó que serían los panistas quienes designarían candidato. Esto provocó una respuesta de Fayad acusando a Moreno de querer entregar el estado al PAN. En realidad no es así. Viggiano es el nombre que el PAN maneja como candidata, en un arreglo bastante burdo entre Moreno y el dirigente panista, Marko Cortés, que probablemente desconozca las intenciones ulteriores de su contraparte. Moreno dijo que la molestia de Fayad respondía a sus intereses personales, sugiriendo lo que es un secreto a voces, que el senador Julio Menchaca, quien encabeza las preferencias de Morena en el estado, es el candidato oculto del gobernador.
Hidalgo es un estudio de caso de la traición de Moreno, que de concretarse el ofrecimiento a López Obrador será relativo para lo que podría entregar, como los votos suficientes para la reforma eléctrica, o la claudicación formal del PRI ante Morena, que se ha ido alimentando de priistas, más que lópezobradoristas, para fortalecer al presidente. Alito, como se conoce a Moreno, ofreció dar ese paso histórico, que no sólo es sabotear a la coalición opositora, sino probablemente sin alcanzar a verlo todavía, que la alianza con López Obrador significaría la muerte del PRI, como partido.
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