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La sublime asimetría de “Garrincha”

Sus padres lo bautizaron Manuel Francisco dos Santos. En Brasil es recordado con el mote de “Alegría del Pueblo”, y para el mundo del futbol es “Garrincha”, uno de los mejores extremos derechos de la historia a pesar de haber nacido con una deformación en las piernas.

El apodo se lo puso su hermana Rosa, aludiendo a su corta estatura de niño y a su gusto por cazar pájaros. “Garrincha” es el nombre que se le da en Brasil a un ave pequeña que “canta bonito, pero no se adapta al cautiverio”, según Ruy Castro, escritor y biógrafo del jugador. El sobrenombre iba a ser profético.

Para el poeta Vinicius de Moraes, “Garrincha” era “el ángel de las piernas torcidas”. Con él y Pelé en la cancha, Brasil nunca perdió un partido de futbol. Como si de verdad se tratara de un ángel, “Garrincha” tomó una estrella y la puso en el escudo de la verdeamarela. Sigue ahí hasta la fecha, conmemorando el campeonato del mundo de 1962.

Mané, como es llamado con afecto en Brasil, fundó su arte sobre lo que parecía una desgracia: tenía una pierna seis centímetros más corta que la otra y ambas extremidades estaban flexionadas hacia la izquierda.

La asimetría de sus piernas, que lo hacía aparecer torpe en la vida de todos los días, se volvió un atributo sublime en la cancha: hizo que su regate se volviera único, imposible descifrar para los defensores.

Según Mané, la peculiaridad de sus rodillas lo ayudaba también desde otro punto de vista: “Cuando los gringos (extranjeros) veían mi pierna torcida decían ‘ah, este tipo no juega a nada’, pero para entonces yo ya los había superado y anotado gol”.

Jugó prácticamente toda su carrera con el Botafogo de Río de Janeiro, pero alcanzó el renombre internacional con la Selección brasileña, con la que ganó dos Copas del Mundo, primero en Suecia en 1958 y luego en Chile en 1962.

En la cita chilena se convirtió en el líder de la Canarinha luego de que una lesión dejó fuera de acción a Pelé tras sólo dos partidos. El peso de la responsabilidad no dobló las castigadas rodillas de “Garrincha”, sino que lo hizo brillar como nunca. Anotó cuatro goles, uno de ellos de izquierda a pesar de ser derechísimo y un par con la cabeza, que tampoco era la mejor arma de su repertorio futbolístico.

En su manía de desbordar, parecía también querer quitarse de encima la marca pegajosa de la fama y la historia. “Para mí Pelé es un amigo; es el rey del futbol, yo me quedo en segundo plano, yo estoy feliz así”, dijo en 1978 con una sencillez casi tan grande como su habilidad futbolística.

“Garrincha” encontraba su libertad revoloteando en la cancha y la intuición que lo guiaba al jugar se volvió tendencia a la autodestrucción en el cautiverio del retiro. Se casó tres veces y dejó 14 hijos. Fue fatídico su gusto por el alcohol, un mal que afectó a la mayor parte de los futbolistas brasileños de su generación.

Mané falleció a los 49 años el 20 de enero de 1983 a causa de una cirrosis hepática. Durante el funeral, una bandera del Botafogo cubría su ataúd.

“Garrincha” tenía una extraña afinidad con los poetas. Poco después de su muerte, Carlos Drummond de Andrade elogió su “irresponsabilidad amable” recordando que “‘Garrincha’ no pedía nada a sus admiradores; no les exigía sacrificios o esfuerzos mentales para admirarlo y seguirlo, porque además no quería que nadie lo siguiera”.

De cualquier modo “Garrincha”, el mejor driblador de la historia, era imposible de seguir tanto en la vida como en la muerte, tanto en la cancha como fuera de ella. Dejó un hijo en Suecia, que se dio tiempo de engendrar durante una gira del Botafogo en 1959. En mayo de 2017, 34 años después de su fallecimiento, volvió a ser noticia ya que los administradores del cementerio donde fue enterrado están desesperados porque no logran encontrar sus restos: el último acto de escapismo de un maestro del regate.

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