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La salud de los candidatos

Hace unas semanas, el candidato del PRI a la Presidencia, Antonio Meade, sugirió un debate público sobre el estado de salud de los candidatos a dicho cargo. López Obrador contestó afirmando tomar un cóctel de pastillas para combatir su hipertensión. Por su parte, Ricardo Anaya, casi seguro candidato por la alianza PAN-PRD-MC presumió de sin duda pasar toda prueba médica, e incluso también sobre consumo de drogas.

Fuera de considerar como algo sospechoso el cóctel referido por AMLO, porque –y es cierto– basta para tratar la hipertensión con media pastilla por la noche, prácticamente no se discutió el tema. A lo mucho algunos analistas afirmaron de su importancia, sin abundar en la razón. Y no puede ser de otra manera. Es una materia de muy difícil aproximación incluso para los médicos. ¿Cómo saber si la enfermedad X de fulano de tal va a provocar decisiones erróneas ya estando en el poder?

Por lo menos existe una guía. “En el poder y en la enfermedad” (Ciruela) es un libro escrito por un médico y distinguido político inglés, David Owen. Si bien ya he platicado de él por éstos lares, vale la pena recordarlo para comprender la importancia de la salud de nuestros gobernantes. Afirma el autor: cualquier dolencia NO implica la incapacidad en automático para el cargo. Pasando desde problemas cardiacos (Blair), hepáticos (Eden), ingesta extrema de drogas (Hitler, Kennedy), ingesta extrema de alcohol (Nixon), ingesta fuerte de alcohol (Churchill, Stalin), depresión (Churchill, F.D. Roosevelt, Nixon), y otros casos. También dice: todos somos algo obsesivos, compulsivos, depresivos, histriónicos o paranoides. El problema está en su continuidad y dominancia. Aun así, un paranoide como Stalin, no solo por ello está incapacitado.

Para el autor el problema se encuentra en una enfermedad propia del poder. La hybris. Y si cualquier dolencia, como las descritas arriba en determinadas circunstancias, puede catalizarla y/o provocarla. El político contagiado de hybris –para el autor de necesaria inclusión clínica– tomará malas y dañinas decisiones. Se manifiesta por el trato a los demás de forma majadera, con desprecio, sin límite o control alguno, mostrando una superioridad soez. Se podría traducir muy rudimentariamente en perder el piso en “subírsele” el poder. Se trata de una droga dura. Más fuerte que la heroína. Para el autor para ser diagnosticado con dicho mal basta con la actualización de tres de los siguientes 14 síntomas: 1) Radical narcisismo. 2) Obsesión por los reflectores. 3) Fijación extrema por la imagen. 4) Mesianismo y exaltación en su discurso. 5) Identificación entre su persona y el Gobierno. 6) Autorreferencia vía el “nosotros” o “el...”. 7) Desprecio del consejo y la crítica. 8) Creencia en la capacidad de hacer lo imposible. 9) Creerse solo responsable ante la historia o Dios. 10) También creerse absuelto por la historia o Dios. 11) Irreflexión, impulsividad. 12) Conductas o discursos ajenos a la realidad. 13) Acérrima necedad. 14) El daño conspicuo.

¿La hipertensión de AMLO provoca la hybris? Así como el autor trata el caso de Blair y de Edén, todo dependerá del tipo de medicamento usado. Pero también habría de preguntarse. ¿Tendrán alguna enfermedad oculta? Y, ¿no será demasiado tarde? Los tres candidatos se sabe seguro competirán, ¿no están ya contagiados de hybris?

La genialidad del libro me lo recordó la serie “The Crown”. En concreto cuando lo de Edén, con su drinamil. La parte de su enfermedad parece tomada directamente del libro. Si tiene la oportunidad, léalo en éstas vacaciones. Diversión y morbo, garantizados (y más junto con la serie).

Finalmente, le deseo a usted lector, un excelente año 2018. 

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