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La revolución no es un desfile deportivo

Los retorcidos rituales del poder han convertido uno de los hechos sociales y políticos más importantes de la historia de México, la Revolución de 1910, en un mero desfile deportivo o de exposición de los cuerpos de bomberos y protección civil.

Esta crítica, por supuesto, no es contra los destacados deportistas y dedicados servidores públicos que salen a marchar en los desfiles de conmemoración de la Revolución mexicana cada 20 de noviembre. Es una crítica a burócratas que pretenden vaciar la memoria revolucionaria de lo que fue una guerra de los oprimidos de México contra los opresores, una guerra que ganaron los de abajo hace 109 años.

Para quitar ese filo revolucionario, los burócratas del poder convierten una guerra campesina y popular contra los hacendados, los militares y la oligarquía porfirista en un desfile deportivo.

La Revolución mexicana es uno de los momentos estelares de los oprimidos del país. Organizados en torno al Ejército Libertador del Sur y la División del Norte tras la traición de Francisco I. Madero, en unos años de guerra lograron derribar la dictadura de Porfirio Díaz, desmontar el Ejército y especialmente la estructura de las haciendas.

Contrario a lo que muchos piensan, el Ejército Libertador del Sur, encabezado por Emiliano Zapata, no luchaba sólo por la restitución de tierras. Tenía muy clara una revolución anticapitalista. En el manifiesto lanzado a la nación el 20 de octubre de 1913, su proyecto es expuesto con elocuencia:

“La nación mexicana es demasiado rica. Su riqueza, aunque virgen, es decir, todavía no explotada, consiste en la Agricultura y la Minería; pero esa riqueza, ese caudal de oro inagotable, perteneciendo a más de quince millones de habitantes, se halla en manos de unos cuantos miles de capitalistas y de ellos una gran parte no son mexicanos. Por un refinado y desastroso egoísmo, el hacendado, el terrateniente y el minero explotan una pequeña parte de la tierra, del monte y de la veta, aprovechándose ellos de sus cuantiosos productos y conservando la mayor parte de sus propiedades enteramente vírgenes, mientras un cuadro de indescriptible miseria tiene lugar en toda la República. Es más, el burgués, no conforme con poseer grandes tesoros de los que a nadie participa, en su insaciable avaricia roba el producto de su trabajo al obrero y al peón, despoja al indio de su pequeña propiedad y no satisfecho aún, lo insulta y golpea haciendo alarde del apoyo que le prestan los tribunales, porque el juez, única esperanza del débil, hállase también al servicio de la canalla; y ese desequilibrio económico, ese desquiciamiento social, esa violación flagrante de las leyes naturales y de las atribuciones humanas, es sostenida y proclamada por el Gobierno, que a su vez sostiene y proclama pasando por sobre su propia dignidad, la soldadesca execrable”.

Y añaden más delante: “Semejante organización económica, tal sistema administrativo que venia a ser un asesinato en masa para el pueblo, un suicidio colectivo para la nación y un insulto, una vergüenza para los hombres honrados y conscientes, no pudieron prolongarse por más tiempo y surgió la Revolución, engendrada, como todo movimiento de las colectividades, por la necesidad. Aquí tuvo su origen el Plan de Ayala”.

Esta es la importancia de la Revolución de 1910: gracias al levantamiento campesino se inclinó la balanza hacia el campo popular. Y su legado fue impulsar la reapropiación de la riqueza despojada, la reforma agraria y la recuperación de los bienes comunes para la nación. Como puede verse, la Revolución mexicana no es un desfile deportivo, es una lucha estelar de los oprimidos contra sus opresores. 

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