La revolución del 68
“No queremos Olimpiadas, queremos revolución”. Esta consigna, quizá la más conocida del movimiento estudiantil-popular de 1968, es la síntesis más elocuente de lo que ocurrió en el verano de hace 55 años. El Gobierno había solicitado ser sede de los XIX Juegos Olímpicos para mostrar al mundo el grado de desarrollo y progreso supuestamente alcanzado por el régimen posrevolucionario mexicano.
Pero intempestivamente, a partir de una pelea entre estudiantes de la UNAM y el Politécnico y de la dura represión en su contra por parte de la policía del Distrito Federal, comenzó a gestarse el movimiento estudiantil con el mayor impacto político en la historia del país. A partir de la tercera semana de julio de ese año, comenzaron movilizaciones estudiantiles contra la represión policial, que ante la falta de respuesta del gobierno, se convirtió en una huelga que alcanzó a varias universidades tanto de la capital como de otras ciudades del país.
El movimiento estudiantil de 1968 suele ser recordado habitualmente por su parte trágica y dolorosa, que fue la matanza del 2 de octubre en la plaza de Tlatelolco. Una matanza ordenada por el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz y llevada a cabo por el Ejercito mexicano. Félix Hernández Gamundi, uno de los dirigentes estudiantiles del 68, reveló que se dispararon más de 100 mil balas esa tarde. Cientos murieron, la cifra exacta solo la tiene el ejército; extraoficialmente se calcula cerca de 300 personas asesinadas por los militares; hubo cientos de heridos y cerca de tres mil detenidos. El movimiento de 1968 suele ser recordado por este trágico episodio.
Pero 1968 fue, sobre todo, una revolución en su término más radical porque fue un movimiento que transformó la subjetividad política de cientos de miles de estudiantes y pobladores que removieron los cimientos el régimen autoritario y represivo de los gobiernos priistas. Con la experiencia y el aprendizaje político del pasado y con ideas creativas que fueron surgiendo al calor de los acontecimientos, el movimiento estudiantil popular del 68 creó su propia tecnología de la revuelta. Las unidades básicas de la protesta fueron las asambleas de las escuelas, el Consejo Nacional de Huelga (CNH), las brigadas y las guardias en los planteles. Estos colectivos de acción y reflexión fueron el nervio y la sangre del movimiento estudiantil del 68.
Dada la magnitud de la represión militar estatal del 2 de octubre y las consecuencias directas en asesinados, heridos, encarcelados y desmovilizados, muchos consideran que el movimiento fue derrotado. Hernández Gamundi sostiene que no puede considerarse una derrota porque no se estaba en una confrontación militar, sino política. Y, en ese sentido, el movimiento del 68 tuvo enormes consecuencias políticas inmediatas y mediatas, consecuencias que llegan hasta nuestros días.
Raúl Álvarez Garín, uno de los principales dirigentes del movimiento, reflexionó sobre la revolución que fue el 68: “El movimiento del 68 cambió los valores y la forma de vida de miles de mexicanos. En muy poco tiempo, en algo más de cuatro meses, miles de estudiantes habíamos vivido toda una gama de emociones y experiencias de gran intensidad que removían y cuestionaban las verdades y convicciones previamente aceptadas”. Al calor del movimiento se transformó la subjetividad de sus participantes, añadió quien fuera uno de los principales dirigentes: “Con estas nuevas convicciones, toda una generación de estudiantes, decenas de miles de compañeros, en su fuero interno decidieron luchar por transformar la realidad de México. Después del 68 se plantearon propósitos de cambio más ambiciosos y revolucionarios, y se ensayaron todas las formas de lucha”.
Miles de estudiantes y mexicanos vivieron por primera vez en libertad, dijo en un histórico mitin, Eduardo Valle, “El Búho”. “Hemos vivido libertad en las calles, hemos vivido democracia en miles de asambleas, de mítines y de manifestaciones. Cuando se conoce lo dulce de la libertad, jamás se olvida y se lucha incansablemente por nunca dejarlo de percibir, porque ello es la esencia del hombre”. Más allá de la matanza del 2 de octubre, el movimiento de 1968 merece recordarse como uno de los grandes momentos revolucionarios de la sociedad mexicana.