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La restauración del retablo de Issenheim

A principios de este mes de julio se dieron por terminados cuatro años de trabajos en una de las restauraciones más completas que se han llevado a cabo en una obra de arte de primera magnitud, el retablo de Issenheim, joya del arte religioso de todos los tiempos. Es una pieza de grandes dimensiones que constituye en sí un altar completo, un políptico formado por un nicho central con esculturas de madera de tilo y once segmentos pictóricos abatibles, incluyendo los de la predela. Las tallas se deben a Nicolas de Hagenau y las pinturas (temple y óleo sobre madera de tilo) son de Matías Grünewald; el retablo se hizo entre 1512 y 1516 para el altar mayor de la capilla del convento de los frailes antoninos de Issenheim (Alsacia) y está dedicado a su patrono, San Antonio Abad. Grünewald es un pintor inclasificable, con rasgos medievales y renacentistas, pero incluso con acentos manieristas, que por un par de siglos fue desdeñado y que el siglo XIX revaloró en su justa dimensión. A diferencia de su contemporáneo Durero, no hizo grabado, y de su obra sólo se conservan una decena de pinturas y unos 35 dibujos.

Después de la revolución francesa, el retablo pasó a formar parte del acervo del museo de Unterlinden, en la ciudad alsaciana de Colmar, un magnífico edificio, antiguo convento de monjas dominicas. El museo cuenta con una excelente página web* donde pueden verse las distintas “capas” del retablo.

Desde 2011 se tenían planes de restauración del retablo, pero el trabajo en sí sólo comenzó en 2018, después de largos estudios y preparativos por un comité científico internacional, pues implicaba intervenciones bastante radicales y el uso de tecnologías de avanzada: por ejemplo, la capa de barniz (ennegrecido o amarillento por efecto del tiempo) pasó de un espesor de 20 micras a entre 5 y 8, según la zona. A lo largo de los cuatro años del proyecto, toda la restauración se llevó a cabo en la misma sala del museo y frente al público. Sólo las esculturas se enviaron a especialistas en París. Así, poco a poco se fueron revelando los colores originales y se hicieron muchos descubrimientos. La impactante escena de la Crucifixión, sin duda la más conocida del público, ya no está envuelta en un cielo totalmente negro, sino que su tono es azul noche, con nubes grises y negras. Se recuperaron el colorido y la luminosidad originales, y distintos detalles fueron saliendo a la luz, como por ejemplo parte de la cabellera de la Magdalena.

En conjunto, el proyecto y la ejecución de los trabajos de restauración costaron cerca de un millón y medio de euros, financiados por el gobierno francés, el gobierno alsaciano, así como la asociación Schongauer, custodia del museo Unterlinden, y distintos mecenas privados.

*https://webmuseo.com/ws/musee-unterlinden/app/collection/expo/34?lang=fr

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