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La respuesta a la oveja negra

La oveja negra es, naturalmente, ese integrante del equipo que tiró la toalla y dio un portazo al salir de la Secretaría de Hacienda. Ya hemos visto otros portazos, pero esta oveja negra o mejor dicho, descarriada, no sólo deja el juego a la mitad y a sus compañeros con un palmo de narices, sino que al azotar la puerta se atreve a sacar los secretos de familia. Grita a los cuatro vientos que el equipo no funciona, que hay ineptos que no encuentran un melón en el refrigerador y revuelven la verdura, que hay tramposos influyentes que se saltan las reglas y protegen a los ineptos para beneficiarse a sí mismos. Por último, antes del rebozazo, revela lo peor: que se están tomando decisiones a ojo de buen cubero, sin fundamento.

Como esa oveja negra es pilar en la conducción del país y las decisiones a las que alude pueden ser de las que hunden la economía nacional, los mercados se asustan, los periodistas corren en círculos, las redes estallan, la oposición grita se los dije y los ciudadanos sin bandera se dividen en escépticos, nerviosos e incautos.

El único al que no se le mueve un pelo es al Presidente de la República. Hábil como es para tranquilizar a sus devotos (a los demás no los calma con nada, pero no es a ellos a quienes habla), manda un mensaje de respuesta inmediato.

Ese mensaje es brutalmente efectivo para los creyentes de mano alzada, pero aterradoramente vacío en términos de comunicación política.

Para empezar, el Presidente desestima la calidad del ministro saliente. Nos cuenta que la oveja negra la verdad es que ni servía, ya estaba muy vieja, no entendía de nuevos vinos y le rechinaban los goznes.

En segundo lugar, el Mandatario advierte que el barco navega con el viento en popa, que el tesoro aguanta, que habrá abundancia y al repartirla, felicidad.

El Presidente presenta al relevo y lo vende. Nos dice que es el mejor, el más bonito y el más listo.

Por último, el Presidente presenta al relevo y lo vende. Nos dice que es el mejor, el más bonito y el más listo.

Y ahí se acaba todo. Más allá del impasible rostro del relevo, lo que hay que destacar es lo no dicho. El Presidente de la República borra de un plumazo las razones de la oveja negra para azotar la puerta. No desmiente la ineptitud ni la influencia de personajes siniestros pero sobre todo, y esto es lo grave, no aborda la preocupante afirmación de que las políticas públicas no tienen sustento y nos deja en ascuas sobre las decisiones que cuestiona el ministro saliente.

Este ministro era, no lo olvidemos, el responsable de la aplicación del tesoro. Los mexicanos deben saber con certeza si está diciendo sandeces porque es intolerante y le gusta renunciar a los gabinetes de su jefe o si sus razones son tan atendibles que hay que cambiar las actitudes personales y empresariales de gasto, ahorro e inversión.

El portazo de Carlos Urzúa cimbró el edificio, pero la respuesta de Andrés Manuel López Obrador, al ser insuficiente, agrava su impacto.

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