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La realidad de la frontera

Mirar la valla fronteriza entre Tijuana y San Diego desde el lado mexicano indigna, desde California intriga. Julieta ha esperado durante años para encontrase con su hermano emigrado desde 1982. El viaje que la trajo por primera vez a la frontera desde Cotija, Michoacán, ha sido impactante. A sus 50 años subió al avión por vez primera, y justo al salir del aeropuerto, acompañada por su sobrino, se enfrentó a la valla llena de cruces blancas. Preguntó lo que ya sabía: eran homenajes a los muertos en el intento. Esteban abordó el autobús con destino San Diego en la Estación Greyhound en Sacramento. Él consiguió pasar con bien, pero su situación migratoria le impide salir de Estados Unidos. Acordaron verse en ese espacio del muro que se abre para permitir que familias se reúnan por instantes. Luego de más de 30 años, una esposa y tres hijos, le intrigaba ver a su hermana menor y saber lo que realmente pasaba en su pueblo. Julieta ablandaba la indignación con la esperanza de encontrar a su hermano; Esteban palpitaba entre la tristeza y el cariño. Ella decidió esperar en un café en Playas de Tijuana la hora pactada; él decidió caminar.

Del lado de la intriga, la autoridad anuncia que la inmigración ilegal ha crecido, que el número de familias detenidas aumenta. Narra una historia para justificar una emergencia inexistente y se ilustra una fantasiosa amenaza a la seguridad de la nación vecina que no hace sino alimentar la sombra de las cruces que surge del muro.

Del lado de la indignación, la realidad es tan clara como que no ha habido ataque terrorista alguno cometido por alguien que haya cruzado ilegalmente la frontera desde hace más de 40 años. Que los hombres como Esteban, inmigrantes indocumentados, son mucho más respetuosos de la ley que los ciudadanos estadounidenses y, por tanto, tienen la mitad de posibilidades de delinquir. Y que el valor de las drogas incautadas en la frontera haya caído 70% desde 2013.

Al encontrarse por solamente 15 minutos se fundieron. Se abrazaron, se miraron y se volvieron a reencontrar en la pura línea divisoria. No sabían en qué país estaban, tampoco saben que el número de personas que cruzan la frontera no deja de crecer, tanto los que lo hacen de forma legal como los indocumentados, sólo en febrero de este año más 76 mil fueron detenidos, la mayor cantidad registrada desde 2007. Una cifra mucho menor a lo registrado en el año 2000, cuando se detenían más de 100 mil personas por mes. La diferencia está hoy en que los migrantes viajan en familias.

Esteban le recordó a Julieta la epopeya para llegar a Fresno, su primer destino. “Nos pasaron en una camioneta por Calexico, éramos cuatro, pagamos 10 mil dólares por todos”.

Eran otros tiempos, la inmensa mayoría era mexicanos, no había ni mujeres ni menos niños. Ahora los inmigrantes son centroamericanos y viajan en grupos. Buscan asilo, huyen de la violencia rampante en Honduras, El Salvador y Honduras.

Mientras que el temor de Esteban radicaba en regresar a Cotija, el de los centroamericanos es enfrentarse al riesgo de morir en su país, en el tránsito por México, o en el intento de cruzar por zonas inhóspitas. Los centros de detención están saturados en Estados Unidos y ha iniciado el proceso de regresar a México a los solicitantes de asilo. Se gesta una crisis humanitaria que puede crecer en dimensiones y complejidad. Ahora Julieta miró con sorpresa cómo un grupo de haitianos despachaba gasolina de Pemex; las historias que escuchó, luego de encontrarse con su hermano, fueron tan trágicas como diversas.

Reportes de prensa señalan que en 1988 la Patrulla Fronteriza encontró a un migrante muerto por cada cinco mil 767 aprehensiones. Eso subió en 2017 a uno por cada mil 034. Y cuando los solicitantes de asilo son detenidos, hay poco personal e instalaciones limitadas para recibirlos. Eso empeora los riesgos. Mientras, Esteban encontró una frontera distinta a la que había cruzado y se dio cuenta de lo que había ganado y lo que había perdido, Julieta, al llegar de regreso, espetó: Lo único que justifica la indignación y la rabia es la familia. Por eso se va la gente, no es por gusto, sino por necesidad. En la frontera crece un hecho social de gran importancia social que debe ser atendido con urgencia con visión binacional. La larga fila de cruces crece. La indignación también.

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