La promesa del Aguazul (II)
La serie de obras y equipamientos que en la segunda mitad del pasado siglo se construyeron en el distrito del Aguazul constituyeron la expresión más optimista de la modernidad tapatía.
Después de la Segunda Guerra Mundial el país había entrado de lleno a lo que se nombró “desarrollo estabilizador” y la economía de las principales ciudades había experimentado un notable impulso. Los años cincuenta y sesenta fueron para Guadalajara épocas de bonanza.
De esa época datan las primeras hechuras de los egresados de la Escuela de Arquitectura que había fundado en 1948 Ignacio Díaz Morales. Entre las enseñanzas ahí impartidas figuraba centralmente la necesidad de hacer una arquitectura contemporánea, plenamente inscrita en la modernidad de su época. Por otro lado, se buscaba apelar tanto a los medios y materiales propios de la construcción regional como a las nuevas técnicas para resolver los problemas edificatorios. El uso del concreto, ya ensayado con anterioridad, fue motivo de nuevos planteamientos. La construcción, iniciada hacia 1955, del Mercado de San Juan de Dios por Alejandro Zohn, es un ejemplo de punta de lo anterior.
Al mismo tiempo, la arquitectura preconizada en esa época hacía énfasis en la adecuación al clima y sus variaciones. Y, sobre todo, se insistía particularmente en el bienestar del usuario, centro y fin del hacer arquitectónico.
El conjunto del Aguazul, desde los pioneros edificios en altura hasta los diversos equipamientos culturales de los que se le dotó, siguió de manera acentuada todos estos principios. Todas las intervenciones gravitaban alrededor del parque, al que por cierto no supieron plenamente integrarse. Era como un telón de fondo natural con el que las producciones urbanas no tenían mayor relación.
Sin embargo, el conjunto del Aguazul es todo un manifiesto de la modernidad de la mitad del siglo XX. Se inauguraba así, con optimismo, una era en la que la ciudad habría de asegurar su desarrollo de manera armónica y adaptándose a los nuevos tiempos. Luego vendría un radical cambio de panorama al alcanzar al país la explosión demográfica e incrementarse grandemente la inmigración a las ciudades.
Pero las enseñanzas siguen vigentes, y cada uno de las piezas de esta gran composición es una buena lección de arquitectura. Existe entre ellas una cierta unidad, inclusive una mesura y discreción muy de agradecerse. Después de esas épocas otros serían los caminos que tomo la arquitectura de la región. Pero la lección ahí queda, en espera por cierto, tanto los edificios mismos como sus principios, de ser mejor aprovechados.