La pausa y el espacio en blanco necesarios
2024 como una pieza única, ajena al continuo de la vida según la hemos armado (vaya cursilería, ni modo, así conviene frasear la imagen en época navideña): el año que está por acabar inició nuevecito, cargado de esperanzas, unas electorales, por ejemplo, y se fue ajado. Por salud mental, al mirar hacia el remoto enero hay que reír con sarcasmo mientras preguntamos ¿por qué esperábamos que fueran doce meses distintos a los previos y a los anteriores y a los anteriores? Distinto en cuanto a que dejara de acarrear con él las taras, los males, la corrupción, la codicia, los abusos de poder, etc., que históricamente no han dado tregua y ahuyentan la justicia, el reparto correcto de la riqueza y la posibilidad de la igualdad, aunque fuera nomás ante la ley. 2024 visto desde la suma de los cada cuales que llamamos mexicanas y mexicanos no fue nomás de pérdidas, no fue un año para resumir enterito en el caño. Bondades ocurrieron, no faltaron motivos para las carcajadas y para ser felices como en los mejores tiempos, los que cada uno recuerde. Tampoco fueron pocas las ocasiones para dar lustre a la amistad, a la familia, a las ganas de convivir; los artistas, de cualquier género, no dejaron de crear portentos perdurables y no reñimos espacio a la esperanza aplicada a lo que fuera, como asidero, con una idea de futuro. Y todo esto no fue floración de este año, vino de antes, de siempre, tenaz construcción individual y colectiva de lo que nos hace sentirnos especie superior a las otras que pueblan la Tierra (vanamente superiores, basta reconocer nuestra intervención para que el planeta está peligrosamente afiebrado).
2024 o 1910 o 2020 son una especie de comas en la gramática de las sociedades, a las que les sería intolerable un camino sin puertos para detenerse y echar la vista atrás y luego hacia delante y cuestionarse sobre lo hecho y lo no hecho, sobre lo dicho y los silencios, sobre las verdades esgrimidas y las mentiras “necesarias”, expresadas, escuchadas, toleradas; para indagar sobre el amor y el desamor, sobre la soledad de hoy: rodeados de multitudes, físicas y virtuales. Si no alcanza el tiempo para darse a la reflexión extensa y claridosa ̶ por cierto ¿notaron que en 2024 el tal tiempo se acortó miserablemente? (por lo demás, igual que en 2023, en 1990 y que en 1961)̶ podemos ocurrir al sitio atemporal preferido, un libro o cierta pieza musical, y observar el entorno y a sí mismo al momento de exclamar: qué barbaridad, se acabó el año; y si la melancolía y una dosis de frustración acompañan al susto de constatar que la vida pasa veloz, un poemita de Julio Cortázar puede dar sustancia a la meditación, lo dedicó A la esperanza: “Después contemplaremos nuestros rostros / y pensaremos: cómo ha cambiado. / Creíamos uno en el otro. Ves, no se debe. / Estira tus manitas frías, esperanza.” Si semejante desilusión resulta acongojante, Cortázar tiene para diversas actitudes (y aptitudes). “Hay como un acuerdo de caballeros entre la circunstancia y los circunstanciados: tú no me sacas de mis costumbres y yo no te ando escarbado con el palito.”
La anterior es la postura recomendable para que las fiestas de estos días sean más fiesta. Ya llega 2025 y lo tenemos que abordar bien asidos al palito para hurgar en sus circunstancias, las propias, las sociales y las políticas, y que se nos haga costumbre. 2024 y cien años antes, de uno en uno, nos dejaron, tal vez, la lección de que no escarbar las entrañas a las circunstancias es la receta para que mujeres y hombres autoritarios, mentirosos, ansiosos de poder y de los que esgrimen sus dudosas ideologías personales como religión, jueguen con la vida de decenas de millones a cambio de dejarnos suponer que nuestras costumbres, por ejemplo, la de no involucrarnos en lo que nos es común, nos mantienen seguros de quienes somos, de lo que queremos ser. Los criminales que campean por todo el territorio son muestra de que mucho cambió mientras nos creíamos ajenos a las ramificaciones de las violencias, sólo les suceden, creíamos, a otras, a otros; ajenos, creíamos, al corrimiento hacia un país sin leyes; ajenos, creíamos, a la pobreza que no cede y a la injusticia y a la falta de libertad que son, ahora lo sabemos, la norma para tantas, para tantos. Cortazarianamente: la circunstancia desollándonos con su palito.
Podrá parecer pesimismo extremo o realismo innecesario, para esta temporada. Pero no es sino un truco muy conocido: con el vaso de agua al alcance de la mano, qué placentero es provocarse más sed para que el gozo de saciarla se multiplique. El fin de 2024 y lo vivido en su trayecto nos convocan para que las fiestas, la conmemoración de la natividad y el inicio de 2025, sean intensas en el disfrute, en el amor, propicias para renovar la esperanza y practicar la comunión que cada año por estas fechas nos parece tan natural. Por lo que toca a mi función de escribidor agradezco a El Informador por hospedar mis textos un año más, y especialmente agradezco a las y a los periodistas libres que desde cualquier medio se arriesgaron, que no tuvieron miedo y si lo tuvieron se lo guardaron: transitaron por un periodo aciago de agresiones constantes y de minusvaloraciones morales colocadas irracionalmente, son el modelo del palito de Cortázar y son el fósforo del poema que calienta las “manitas frías” de la esperanza.
Aquí mismo nos encontraremos en enero. Gracias, lectoras, gracias lectores.
agustino20@gmail.com