La nostalgia como retroceso
La nostalgia, esa “tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida” (RAE), es un sentimiento poderoso que se encuentra actualmente recorriendo el mundo. Se pasea también por México, con un presidente hablando continuamente de la historia nacional de manera nostálgica, y una población que es ampliamente receptiva a sus palabras. Pero la nostalgia no es necesariamente un sentimiento retrógrado, aunque hoy en día, en nuestro país, así se utiliza.
En un ensayo titulado “El Antes y el Ahora”, el intelectual de la Universidad de Columbia, Mark Lilla, critica la nostalgia, o la mitologización del pasado. Aunque natural a los humanos, ha servido para justificar crímenes con el fin de alcanzar un futuro utópico: los Nazis, por ejemplo, reclamaban para sí el pasado griego, estableciendo una línea entre las prácticas espartanas de abandono a niños discapacitados con la limpieza racial germana. Sin embargo, el intelectual conservador Ross Douthat, en un artículo denominado “En Defensa de la Nostalgia”, argumenta que la relación es más complicada, porque el pasado nostálgico también ha servido para el avance cultural y la humanización ante los excesos tecnológicos e industriales: pensemos en el Renacimiento italiano, la fundación de Israel o la Restauración Meiji en Japón, progresiones que no hubiesen sucedido sin voltear al pasado.
Parte del éxito del presidente López Obrador se debe precisamente a sus referencias constantes a la historia nacional, aunque poco sepa de ella. Su llegada al poder es una respuesta, no solamente a las políticas públicas erróneas de administraciones anteriores (inseguridad, pobreza, desigualdad), sino a la falta de un discurso emotivo, inspirador, que haga referencia al pasado mexicano para poder creer en un futuro colectivo. A las élites se les dificulta especialmente entender este fenómeno, porque muchas de ellas viven en un mundo utópico, sin naciones y fronteras, el cual solo existe en sus cabezas: son los “abstemios autosatisfechos eliminados de la historia”, en palabras de Lilla.
Sin embargo, y como comenta Douthat, surge la gran pregunta: ¿qué es lo que quieres revivir del pasado? Porque si deseas revivir las prácticas espartanas, o el México de los setentas, entonces el futuro no lucirá prometedor. Y he aquí el problema: López Obrador es una criatura del priismo setentero, con monopolios energéticos, hiperpresidencialismo antidemocrático y autoritarismo político haciéndose presentes en todo momento: opacidad, corrupción, programas sociales clientelares, recursos fiscales desorbitantes a Pemex y CFE y, sobre todo, intentos de cooptación de la Corte, el INE y el Tribunal Electora. Su discurso
con referencia a la tradición y la historia mexicana lo ha usado, peor aún, no como herramienta de unión colectiva, sino de polarización política y rompimiento social, algo que jamás presidente alguno había hecho en la historia moderna de México.
La democracia-liberal no se puede sostener solo de números: también necesita inspirarse del pasado para sobrevivir. Las tradiciones colectivas y la historia nacional son el bastón del que nos sujetamos para caminar hacia el futuro, siempre incierto. Nos sirven, efectivamente, para algo esencial: regenerarnos nacionalmente.
Fernando Núñez de la Garza
fnge1@hotmail.com@FernandoNGE