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La miseria de Puerto Vallarta

La reciente visita del gobernador electo de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, provocó en él mismo un comentario que a todos debería de doler.

El hombre visitó con cierta calma la cara fea de la población: es decir, aquellos habitáculos que, por estar tierra adentro, se ven muy poco desde las áreas bonitas y no forman parte de ningún comentario de quienes solamente esgrimen triunfalistas los grandes beneficios turísticos.

Alfaro se preguntaba por qué la gran derrama económica que dejan los forasteros en el lugar no alcanza, ni de lejos, a tales barriadas. No deja de ser doloroso el enorme contraste entre los hoteles, edificios de lujo y residencias elegancia y los miserables parajes de tantos y tantos residentes de la ciudad, muchos de los cuales carecen hasta de los servicios más básicos.

Cuando los viejitos conocimos Puerto Vallarta, seis décadas atrás, no había tales desplantes de riqueza ni de bonanza, es cierto, pero tampoco -ni por asomo- esta lacerante pobreza.

No se trata, pues, de miseria ancestral: “endémica”, dicen algunos quizá para tranquilizar su conciencia, esta es una miseria nuevecita, lo cual indica que la actividad turística no es por fuerza bondadosa.

El caso de Puerto Vallarta es un ejemplo claro de que este “desarrollo” económico neoliberal o, mejor dicho, “capitalista salvaje” no es por fuerza un modelo a imitar ni a preservar, como dijo hace poco Miguel Alemán, a costa de lo que sea.

Durante las tres décadas que lleva de campear en México, sea por obra y gracia del PRI “salinista” y de la “docena trágica” del PAN ha dejado, en términos generales, resultados de pobreza y retroceso social en verdad lamentables.

Esta es la razón por la que este servidor sigue añorando en cierta medida el Nacionalismo Revolucionario que, a partir de los años treinta del siglo pasado, le dio tan buenas cuentas al país en materia de salud, educación e infraestructura, desarrollo cultural y demás indicadores del progreso, respecto a lo cual, hasta el propio INEGI, a pesar de sus raíces gubernamentales nos da cuenta de la gran reversa que le ha ocasionado el entreguismo carente de dignidad a los capitales extranjeros que se ha producido con la bendición de los últimos cinco sexenios.

Puerto Vallarta se ve aparatoso, pero en la realidad no es más que una gran pantalla que encubre la inequidad, lo mismo que sucede en general con el Estado de Jalisco con tantos desequilibrios de una región a otra.

Mucha gente votó, con grandes ilusiones, en los próximos gobiernos. Cabe esperar que, cuando dicen que quieren cambiar la historia: lo cual es imposible y revela ignorancia, lo que quieren decir es mejorar el futuro, lo cual podría generar una mayor esperanza. 

(jm@pgc-sa.com)

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