La maravillosa vida de los barrios tapatíos y los “cotos”
Esta viejita está cuidando su casa, está cuidando su cuadra, está cuidando la ciudad, nos está cuidando a todos. Porque vive en un barrio, porque existe allí una elemental solidaridad, porque la viejita sabe que, así como ella está haciendo algo hoy por el vecindario, todo el vecindario lo hará mañana por ella.
Exactamente lo contrario de lo que sucede en los fraccionamientos dizque catrines, exactamente lo que sucede en los llamados “cotos”. Es alarmante que, ahora, más de 15% de la superficie tapatía esté sujeta a esta barbarie, a esta idiotez. Antes de que esta columna sea acusada de insultante y discriminadora, esta columna se permite recordar que en la antigua Grecia, idiotas eran llamados todos aquellos que no se ocupaban en el bienestar de su ciudad entera. Eran, por lo tanto, bárbaros, incivilizados. Y se aplica exactamente a lo que ahora nos sucede.
Es increíble que tanta gente de buena voluntad se resigne a acatar el argumento –tan inflado convenencieramente por promotores inmobiliarios de Guadalajara y otras partes– de que con vivir encerrados entre murallas y provistos de un solitario gendarme en la puerta van a vivir seguros. Como si no tuvieran que salir a otro lado y exponerse, como todo mundo, a lo que bien pueda suceder. Como si no se supiera que en los “cotos” han sucedido muchas veces robos entre vecinos. Como si no se supiera que en ellos viven numerosos narcos peligrosísimos, más peligrosos que cualquier raterillo con un cuchillo de plástico.
Pero el caso es que así es. Crecientes capas de la clase media aspiracional se cambian a los “cotos”. Los que lo hacen hacia el sur, increíblemente se atienen a una sola calle de acceso, López Mateos, peligrosa, contaminada, saturada hasta la locura; basta un coche descompuesto para desquiciar el tráfico por kilómetros. No es esto muy inteligente, ni muy seguro. Otro tanto les pasa a los que se van hacia el arruinado e inapreciable valle de Tesistán: nomás tienen la carretera a Tesistán como desahogo. Parecido caso es el de los que se van rumbo a San Isidro. Idiotez hacia todos los puntos cardinales. En el norte están los “cotos” dizque catrines a lo largo de Acueducto o más allá, cuyos habitantes, que nomás tienen el coche como medio de transporte hacen a veces una hora para ir de Patria al Periférico.
O el del poniente: el ITESO, por ejemplo, no tuvo mejor idea que organizar, de manera frontalmente antijesuítica, una serie de “cotos” pequeño burgueses y egoístas (con cerrito privatizado y todo) enfrente de Rancho Contento. Único acceso: Vallarta, ya totalmente saturada en horas pico. Afortunadamente, los jesuitas parecen al fin haber entendido y desistido de su absurda y extravagante idea de llevarse el Instituto de Ciencias junto a sus “cotitos” con lo que iban a lograr lo siguiente: discriminar directamente a la mitad de su población estudiantil, contribuir significativamente a la des-solidarización de la ciudad, engordar la plusvalía de los terrenos vecinos (¿de quién serán?), atentar contra la ecología del bosque de la Primavera y apoyar, increíblemente, a los más favorecidos en vez de ver por los más pobres. Y además contribuir a la mencionada contaminación y saturación de Vallarta. Bravo.
¿La solución para los ciudadanos de buena voluntad, muchas veces ya hartos de la vida de los “cotos”? Vender su casita amontonada atrás de las murallas, ahora que no se ha depreciado tanto y venirse a vivir a los barrios tapatíos. Hay múltiples ofertas “para todos los bolsillos” y hay menos tráfico. Dejar así de depender del coche para todo, usar el tren, las calandrias, los taxis, las bicicletas públicas, ir al Centro caminando, conocer de a de veras a los vecinos. Y contar con viejitas que de veras los van a cuidar. Y ellos a la viejita.