La luz de enero
Miro este monte que envejece enero,
y cana miro caducar con nieve
su cumbre que, aterido, oscuro y breve,
la mira el sol, que la pintó primero.
Veo que en muchas partes, lisonjero,
o regala sus hielos, o los bebe;
que, agradecido a su piedad, se mueveel músico cristal libre y parlero.
Mas en los alpes de tu pecho airado
no miro que tus ojos a los míos
regalen, siendo fuego, el hielo amado.
Mi propia llama multiplica fríos,y en mis cenizas mismas ardo helado,
envidiando la dicha de estos ríos.
Quevedo, Las tres musas últimas castellanas, Soneto XXIV
*
Unos pasan, amigo,
estas noches de enero
junto al balcón de Cloris,
con lluvia, nieve y hielo;
otros, la pica al hombro,
sobre murallas puestos,
hambrientos y desnudos,
pero de gloria llenos;
otros al campo raso,
las distancias midiendo que hay de Venus a Marte,
que hay de Mercurio a Venus;
otros, en el recinto
del lúgubre aposento,
de Newton o Descartes los libros revolviendo;
otros contando ansiosos
sus mal habidos pesos,
atando y desatando
los antiguos talegos.
Pero acá lo pasamos
junto al rincón del fuego,
asando unas castañas, ardiendo un tronco entero,
hablando de las viñas, contando alegres cuentos,
bebiendo grandes copas, comiendo buenos quesos;
y a fe que de este modo
no nos importa un bledo
cuanto enloquece a muchos,
que serían muy cuerdos
si hicieran en la corte
lo que en la aldea hacemos.
José Cadalso, Anacreóntica II
*
¡Esa guirnalda! ¡pronto! ¡que me muero! ¡teje deprisa! ¡canta! ¡gime! ¡canta! que la sombra me enturbia la gargantay otra vez y mil la luz de enero.
Entre lo que me quieres y te quiero,
aire de estrellas y temblor de planta, espesura de anémonas levanta con oscuro gemir un año entero.
Goza el fresco paisaje de mi herida, quiebra juncos y arroyos delicados.
Bebe en muslo de miel sangre vertida.
Pero ¡pronto! que unidos, enlazados, boca rota de amor y alma mordida, el tiempo nos encuentre destrozados.
García Lorca, Sonetos del amor oscuro
*
Desdichas del mes de enero cuando el indiferente mediodía establece su ecuación en el cielo, un oro duro como el vino de una copa colmadallena la tierra hasta sus límites azules.
Desdichas de este tiempo parecidas a uvaspequeñas que agruparon verde amargo, confusas, escondidas lágrimas de los días hasta que la intemperie publicó sus racimos.
Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpitaaterrado, a la luz crepitante de enero, madurará, arderá como ardieron los frutos.
Divididos serán los pesares: el almadará un golpe de viento, y la moradaquedará limpia con el pan fresco en la mesa.
Pablo Neruda, Cien sonetos de amor, XLI