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La justicia no es para las víctimas

Dice la sabiduría popular que en este país un vaso de agua y un amparo no se le niega a nadie. Hoy los dos cuestan. Si pides agua en un restaurante te llegan con una botella que te cobran a precio de vino, y el amparo estará siempre a tu disposición, si tienes dinero o poder.

La justicia federal amparó al magistrado José de Jesús Covarrubias Dueñas a pesar de que éste se evadió de la justicia, es decir, no se presentó ante el juez para hacer frente a las acusaciones que se le imputan: abuso sexual de una menor. Pero, para qué sino para eso son los cuates, para qué existen los pares si no es para protegerse los unos a los otros. 

El caso Covarrubias Dueñas es una radiografía de los problemas de la justicia en este estado. El video en el que se ve al magistrado abusando sexualmente de una menor desató la indignación en la sociedad, pero no en el Poder Judicial. Sus compañeros magistrados han sido, por decir lo menos, tibios. Más allá del respeto debido al debido proceso, el Supremo Tribunal  de Justicia de Jalisco no ha sido contundente en la condena a una conducta que desacredita a todo el Poder Judicial. Pero más grave aún ha sido la demostración, en vivo y en todo color, de cómo, teniendo poder y cuates, se puede evadir la acción de la justicia a base de amparos y engaños.

Desde el momento que se trataba de un magistrado, la Fiscalía del Estado y el juez debieron poner especial atención a la posible evasión de este personaje. Hicieron todo lo contrario: como en el juego de las escondidas, le contaron hasta mil antes de comenzar a buscarlo. Dicho de otra manera, lo buscaron sin ganas de encontrarlo para que el señor ganara tiempo. Y lo ganó: súbitamente ayer apareció un juez federal que desacredita al juez que llevaba la causa, evita que lo detengan con fines de presentación y ordena que será él y solo él quien decida sobre el futuro del magistrado. En la práctica el acusado decidió quién quiere que lo juzgue. 

En todo este proceso la gran ausente es la víctima, una menor de edad para quien la justicia no ha tenido un solo gesto de empatía. Si el Poder Judicial tenía alguna duda (supongo que no la tiene) de por qué los ciudadanos no confiamos en ellos, por qué jueces y magistrados tienen fama de corruptos y son de los más mal evaluados, este caso resulta emblemático: la justicia defiende a los corruptores, no a las víctimas.

diego.petersen@informador.com.mx

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