La gran revolución
Avanzamos tan rápido, que el presente conocido pareciera que siempre fue así, como la tecnología. Las nuevas generaciones no reconocen un teléfono público, de monedas, de tarjeta o difícilmente un teléfono fijo de disco. No reconocen la realidad sin internet a cualquier punto al que van. Todo en la palma de la mano. Así es la realidad de las mujeres.
El fin de semana tuve oportunidad de escuchar el discurso de la senadora Beatriz Paredes en una visita a Puerto Vallarta en el marco de un congreso y su reflexión me recordó cuánto hemos avanzado, como ella lo mencionó desde su texto “Crónica del porvenir”, en una revolución que ha transformado al mundo. Estamos tan acostumbrados a actuar en un presente continuo, en un hoy que se prolonga, y no siempre nos detenemos a ver los efectos de todas esas acciones previas, de todo el esfuerzo de muchas mujeres antes de nosotras, de muchas activistas que nos mostraron la tenacidad para alcanzar un objetivo.
La revolución sucedió y está sucediendo. Todas formamos parte aunque paguemos el precio. Cada una de las mujeres que levantan la cara y no se dejan ofender o las que denuncian el acoso; las que no temen asumir puestos de poder como ella, que se convirtió en la segunda gobernadora en México a sus 32 años (Tlaxcala, 1987-1992), siguiendo los pasos de Griselda Álvarez (Colima, 1979-1985), hicieron su propia revolución bajo el escrutinio del país en un momento donde la democracia era un sustantivo y nada más.
Qué frágil es el piso por el que caminan las mujeres muchas veces, hay que demostrar un desempeño superior en puestos donde otros representantes varones no se preocupan por destacar. Paredes rescataba el buen trabajo de Álvarez como gobernadora, y que de no haberlo hecho, quizá no se hubieran abierto las puertas en los cargos de elección popular. La democracia y la alternancia ahora se practican en México, pero no siempre fue así, y no siempre ha sido fácil. Las mujeres han sabido navegar en partidos políticos que no promueven los principios feministas que las identifican bajo el renglón de disciplina; sin embargo, no es una concesión que merezca la pena cumplir perdiendo la identidad. No para mujeres como ella que no imitan a los hombres ni siquiera en cómo debería lucir un senador o un gobernador y lleva a donde quiera que va los colores de su tierra en cada prenda bordada.
Hoy contamos con un Congreso del Estado donde las mujeres son mayoría; la Comisión Estatal de Derechos Humanos en Jalisco la dirige una mujer y tenemos desde hace varias administraciones alcaldesas en el Área Metropolitana de Guadalajara, pero así como hay muchas más mujeres en los puestos de poder, también hay más mujeres que sufren violencia intrafamiliar, esencialmente porque son mujeres que rompen el paradigma del juego de roles, que no desean repetir la historia bajo su propio techo y ponen un alto al abuso aunque haya que pagar el precio del machismo.
La transformación social de las mujeres le ha dado un nuevo rostro al mundo, no sólo a México, y pese a las deudas pendientes en todos los rubros, coincido con la senadora Paredes al mencionar que “es la revolución más profunda que ha vivido la historia del mundo en muchos siglos”, de nuestra cuenta corre que valga la pena cada esfuerzo para que las nuevas generaciones vivan sin tener que pelear por la paridad de género que aún tiene brechas pendientes por cerrar.
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