La fe y los abismos autoritarios
“Tú callaste cuando el PRI robó. No te vi cuando el PAN provocó una guerra. Si cuestionas al nuevo Gobierno es porque eres prianista. Criticar a Morena te vuelve cómplice de los gobiernos corruptos, esos a los que por fin Andrés Manuel López Obrador derrotó.”
¿Les suena familiar? Es la actitud anti establishment que se transformó en militancia pro Gobierno. La de la esperanza y fé en una nueva forma de hacer las cosas, la que cree en las capacidades transformadoras del nuevo Presidente.
He escrito “esperanza”, “fe”, “cree”, y no ha sido un error. El cambio de año y la lógica que trae consigo una nueva etapa (los anhelos, los deseos), me hizo pensar en el lopezobradorismo esperanzado. No en el lopezobradorismo gobernante, sino en el de los muchos mexicanos defensores de la etapa política que comienza. Los muchos muchísimos mexicanos que votaron, ganaron y hoy tienen una esperanza que primero creí respetable y hasta linda, pero que hoy veo como el empedrado de un camino que México no debe transitar.
Porque en la dimensión de fe y la creencia se mueve hoy la actitud de muchos mexicanos hacia la nueva administración federal, y por eso la defienden, porque genuinamente ven promesas de otro mundo y porque defenderla es proteger sus propias emociones y sus anhelos.
Es verdad que la defensa a un régimen o a un status quo es vieja como el poder. En la historia reciente, priistas que defendían a Enrique Peña Nieto hubo por montón. Panistas que argumentaban a favor de las políticas públicas emprendidas por Calderón hubo a pasto. Mexicanos que ponen a Fox del lado correcto de la historia hay muchísimos.
Pero el fenómeno de los lopezobradoristas de hoy tiene ese inquietante ingrediente adicional que trae consigo la necesidad de creer. No en el futuro, un programa, una bandera, sino en un hombre. Un hombre que ha mostrado fuerza, capacidad de lucha, habilidad para definir enemigos y carisma para pedir a otros que luchen con él.
López Obrador no es hoy, ni de lejos, un dictador al que se le agradezca por la cosecha o el nacimiento de un hijo como sucedió con perversos líderes de otras latitudes. ¡Gracias, Lenin!, dicen que se oía en los hospitales de maternidad de Estonia cada que un bebé nacía vivo. Y gracias Lenin, también, cuando quienes desaparecían no eran los seres queridos.
No estamos ahí, ni de cerca. Pero no hay que dirigirnos nunca hacia allá. Cada que un mexicano crea en la palabra de un gobernante paternalista, a pesar de las evidencias, estaremos un pasito más cerca del abismo. Cada que un ciudadano, por fe, ridiculice cifras o ponga una demanda contra los críticos, estaremos avanzando otro poco hacia el horror.
Insisto, no estamos ahí. Pero cuidado, porque la fe es peligrosa y por eso hay que caminar hacia la razón y la cordura. Y se puede: cada que un lopezobradorista hable a favor de una política pública con datos duros comprobables, sin sacar sus argumentos de la dimensión de la esperanza, del miedo a un enemigo, o de la capacidad moral de su líder, estaremos más cerca de tener una sociedad libre de abismos autoritarios. Por ahí hay que andar, tanto para cuestionar como para defender las acciones de nuestros nuevos gobernantes.