La disciplina
Desde su triunfo, Morena sofoca rápidamente los intentos de rebeldía interna, propone cancelar el debate y llama a cerrar filas. Solo hay uno en capacidad abierta de disenso y, salvo ese, los demás calladitos se verán más morenitos.
Disculpe el bozal, compañer@, estamos trabajando. La dirigencia morenista apela al silencio. Acatamiento ante lo que la cúpula decreta, como incorporar a Sergio Mayer como diputado, hecho que suscitó protestas dentro del oficialismo y de algunos de sus jilgueros.
Desde el instituto de formación política obradorista se cancela la inconformidad. Gran verbo, cancelar, que en este caso sintetiza una tendencia de moda para invisibilizar sin apelación a alguien y una pulsión antiquísima de todo tipo de regímenes.
Hay algunos sombrerazos por el llamado a chitón, pero en términos generales se impone la nomenclatura. El ruido mediático va a la baja (también es cierto que Mayer no vale una misa y menos una macuspana excomunión). La izquierda que no debate avanza. (¡?)
El triunfo de hace cinco semanas llegó preñado de algunos barruntos de inconformidad. Ahora que tanto y tantos ganaron, surgen protestas. Gerardo Fernández Noroña es otro caso. El ex corcholata reclamó lo que en derecho merecía, pero le dijeron nones. Y de qué manera.
Qué desconocida le dieron. Hay niveles, compañero, le mandó decir el compañero presidente al subrayar que su ficha de petista no se canjea igual en la tiendita morenista de los reintegros. El movimiento se saca argumentos a modo del único lugar que puede: del capricho del líder.
Te lo digo Gerardo para que lo entiendas Marcelo. Ganamos, sí, mas conjugado en primera persona del singular: la repartición de puestos y el reacomodo se decide en Palacio y acaso se le comunica a ella. Ganamos, pero decido yomero, ganamos, pero quietos todos.
La otrora disciplina priista hizo época. Cuando la pirámide solo se escala por dedazo (no solo para el puesto principal sino para todos los escaños, curules, municipios y gubernaturas), los que se mueven, Fidel dixit, no salen en la foto. Los que hablan, cuantimenos.
De ahí que sea tan significativo que una de las primeras reformas, primerísimas, que la dupla presidencial decidió tramitar en septiembre sea la que cancela ese principio de independencia para todo político: la reelección legislativa y municipal.
Nada de me debo a los electores, te debes a mí. Encuestas o tómbolas como simulación para cepillar candidatos a la cena del señor (próximamente, de la señora). Morena quita derechos políticos, y otros aplauden: la disciplina, reirán Marko, Alito y Dante, la aplicamos todos.
La disciplina supone, en su más refinada etapa, una justificación, casi siempre a posteriori, rara vez ex ante. Hay peritos en encontrar explicación al capricho, aspirantes a exégetas de lo que se impuso por la vía del “y háganle como quieran”. Les llaman maromeros.
Si lo decidió el único que puede hacerlo, entonces no puede haber error, es la tesis de esos sofistas al emprender el razonamiento (es un decir) que ha de devolver la paz al espíritu de tanto contrariado, comenzando por ellos mismos, que viven de justificar lo incongruente.
Porque la coyunda a la disciplina implica simular: no reconoces tu renuncia al libre albedrío, apagar el criterio, el entero sometimiento. Nuncamente. La disciplina tiene talking points para que en su nombre salgas a decir, como dije una cosa, digo la otra. Gracias, Chimoltrufia.
Este retorno a la disciplina es tan priistamente nostálgico que, mágicamente, ante un cuestionado y cuestionable nombramiento en el gabinete revive la cargada de desplegados.
Belleza de tiempos estos. ¡Una-ni-mi-dad, u-na-ni-mi-dad!, palmean ante la imposición. Fidel Velázquez hubiera soltado una lagrimita.