La desinformación amenaza
El tiempo de una persona para informarse es limitado. Se lucha por captar la atención de los ciudadanos para influir en su comportamiento. La publicidad para inducir el consumo, la propaganda para generar sentimientos, el conocimiento para iluminar la obscuridad.
En esa lucha están involucrados los intereses económicos, sociales y políticos; desde esa perspectiva pareciera una competencia leal, hasta que alguien se plantea expandir una mentira y a base de repetirla tratar de convertirla en una verdad aceptada por muchos. En el campo económico existen regulaciones para castigar la mala información, pero en el campo social y político el caso es distinto.
En un encuentro sobre la erosión de la democracia, publicado por la revista The Atlantic, el ex presidente Barack Obama se refería a que durante décadas pensamos que la situación derivada de la segunda guerra mundial implicaba el nacimiento de un mundo horizontal, más justo que estaba en marcha, y que no hemos hecho lo suficiente para “Mantener nuestra capacidad para mantener la dignidad humana, la libertad y el autogobierno”.
Y efectivamente los hechos nos han dejado claro que aun en las sociedades más industrializadas, se ha abusado de los mecanismos para implantar narrativas construidas para engañar a otros y que las personas pueden libremente sumarse a ellas.
Hemos visto movimientos anti-vacunas, insurrecciones contra las autoridades y ahora vemos una invasión construida bajo un argumento racial y nacionalista impuesto desde la autoridad autocrática. El imponer una narrativa no es un propósito nuevo de los grupos de poder, lo que resulta revolucionario es el método de difusión, el alcance y los mecanismos de afinidad que será la nueva tecnología digital.
La cuestión esencial es determinar el conjunto de elementos mínimos sobre los cuales todos estamos de acuerdo para considerar que la información es de calidad y señalar los esfuerzos de desinformación como tales. Los errores en la información son parte de lo podemos considerar como normal en el ejercicio de los derechos de expresión y pensamiento. Pero una cosa muy distinta es tratar deliberadamente de difundir un hecho falso con el propósito de obtener una ventaja de cualquier tipo. Una cosa es la información errónea y otra muy distinta la desinformación como un sistema para imponer a las comunidades una narrativa y condicionar su conducta.
Estos esfuerzos de desinformación se han convertido en herramientas que muchos consideran legítimas en la disputa por la atención de las personas y en muchas ocasiones es determinante en procesos sociales y políticos, especialmente en la democracia. Los ejemplos de las campañas de desinformación emprendidas por líderes como Donald Trump, o ahora por Vladimir Putin son un claro ejemplo de cómo estos procesos llegan a provocar resultados que resultan amenazantes para la democracia y erosionan la libertad. Hay una gran diferencia en el debate social y político que disputa diferentes opiniones, criterios señalando errores y otra muy distinta cuando se intenta imponer un solo criterio con la intención de obtener un beneficio.
Es evidente que podemos reconocer un ejercicio de desinformación deliberada enfocado a ser intolerante y ser impuesto por encima de criterios liberales. Pero no podemos afirmar que alguien no tenga el derecho de decirlo y difundirlo. Lo esencial es la existencia de un debate argumentativo suficiente que permita el ejercicio de la libertad. Pueden existir criterios anti científicos contra las vacunas y el derecho a ser difundidos y aun a que millones de personas los sostengan, a pesar de su aparente falta de sustento. Lo que no resulta admisible es imponer ese criterio como una verdad a los demás. Y el principio de ese talante impositivo pasa por la intolerancia.
Las herramientas digitales actuales nos colocan ante el desafío de revisar los consensos sobre la corrección de la información y los agentes que podrían señalar un proceso de desinformación. Es muy revelador que ahora mismo son las compañías como Meta o Twitter las que han decidido etiquetar ciertos contenidos asumiendo que concitan un consenso de las comunidades de usuarios.
El papel del estado en la regulación informativa está a revisión en el mundo, y los ciudadanos debemos estar muy atentos en identificar las verdaderas amenazas a la democracia, a través de los ejercicios de debate legítimo. La guerra informativa desatada a partir de la invasión a Ucrania nos revela la importancia del tema. Las batallas por establecer una narrativa han llevado en muchos casos al cuestionamiento de la verdad. A la confusión entre la verdad y la propaganda y a pensar en que es la primera guerra transmitida por las cámaras de las personas sujetas al horror de la violencia. Tenemos el derecho a saber lo que pasa y a conocer cuando estamos frente a la desinformación deliberada, el desafío es cómo. Y ese es quizá uno de los temas más relevantes que ha puesto de manifiesto el conflicto bélico que vemos en las pantallas todos los días.