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La democracia no se marea. Una defensa del IEPC Jalisco

Escribo, a sugerencia de Miriam Gutiérrez Mora, la dinámica y experimentada directora de prerrogativas del Instituto Electoral de Jalisco (IEPC), mi recuento (crónica sería pretencioso, pues no soy escritor ni periodista) de la visita que funcionarios de este organismo acompañados por medios de comunicación llevaron a cabo a dos casillas de difícil (dificilísimo) acceso en poblados remotos de nuestro estado: Chimo y Yelapa, pertenecientes al municipio de Cabo Corrientes.

Originalmente, yo iba a viajar a Puerto Vallarta el pasado viernes 3 de mayo para asistir al debate entre Claudia Delgadillo, Laura Haro y Pablo Lemus, candidatos a la gubernatura de Jalisco, invitado, muy generosamente, por el Instituto como atención por la modesta labor de ayudar en un comité externo para filtrar y esbozar algunas preguntas para los debates. El miércoles, sin embargo, me buscó el consejero electoral Moisés Pérez Vega: “Alonso, te vas a ir mañana jueves con nosotros a Vallarta: vamos a ir en lancha a dos casillas extraordinarias de difícil acceso”. Tenía yo (ay la vida de burócrata) algunas citas para el jueves; la oferta, no obstante, era tentadora.

Partimos la mañana del jueves 2 de mayo desde la sede de la calle La Noche del iepc Jalisco hacia Puerto Vallarta. Varias camionetas tipo Ram y una van de pasajeros vamos en caravana. En el camino converso unos minutos con Eva, fotógrafa de la unidad editorial del Instituto: está un poco nerviosa por el viaje a Chimo y Yelapa, pero, si ya se había subido incluso a avionetas para ejercer su labor periodística, no tenía nada que temer. En el trayecto Karla y Aldo, jóvenes politólogos de la dirección de prerrogativas, trabajan sobre algunos detalles logísticos para el debate del sábado en el Auditorio Juan Luis Cifuentes Lemus del Centro Universitario de la Costa de la udeg.

Llegamos al hotel: multitudes en el lobby, firmamos una hoja, nos entregan dos tarjetas. Habitación 2420. Bienvenidos a Krystal Puerto Vallarta. ¿Lo ayudo con su equipaje, joven? Camine por aquí hasta el fondo, tome el elevador y oprima el botón 24. La vista de las habitaciones es insuperable: el océano pacífico iluminado por la intensidad del sol. Un chocolate de bienvenida en la mesa. Bajamos a comer. Charolas con arroz, pan, ensalada, pollo, pasta, carne, pescado, nopales, verduras, gelatina; agua de Jamaica, agua natural con rodajas de toronja. Varios se fueron a la alberca. Yo tengo trabajo: reunión por Zoom justamente del comité para filtrar las preguntas que casi 500 niños y adolescentes formularon para el debate del sábado.

Oigan, vamos a cenar. La gente está contenta. Varios portan con orgullo sus playeras del Instituto: Es neta, ¡vota!, Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Jalisco, Alto a la violencia contra las mujeres, el iepc es chido. Mañana hay que desayunar a las 7:00 am para estar en el lobby a las 8:00 am, a esa hora nos vamos a Yelapa. Que no se te olvide tu bloqueador, tus lentes y tu gorra. Me aplico dos veces Eclipsol. Nos subimos a un autobús. Llegamos todos, los del Instituto y los periodistas, a la terminal marítima. Nos entregan un boleto. Todos hablan, ríen. Algunas chicas van muy arregladas. Algunos llevan termos para que no se calienten sus bebidas. Al pasar por seguridad, los oficiales prohíben a los periodistas grabar en el mar. Es zona federal, necesitan un permiso. Hay algo de diálogo pero la prohibición se impone. Pasamos el puesto de revisión. Y ahí está: nuestro catamarán, color blanco y gris, aguardándonos. Yo creía que nuestra embarcación iba a ser mucho más rústica, sencilla. Pienso entonces que el viaje va a ser cómodo, placentero, terso.

Subimos al catamarán, el Naviero 01. Los marineros, morenos y bronceados por el sol, con brazos fuertes, lentes de sol y actitud relajada pero servicial, nos dan la bienvenida. Todos nos ponemos un chaleco salvavidas naranja. Ay, este color no combina con mi outfit. Risas. Déjenme me voy con los consejeros Miguel y Brenda, dice Moisés, quien había dado ya una entrevista antes de subir al Naviero. Todo marcha bien. Subo al segundo nivel de la embarcación, pues observo que los funcionarios de alto nivel y los periodistas están, naturalmente, abajo. Me siento junto a Magdabeth González de organización electoral, Viviana López del distrito número 4 y un grupo de sus amigas de organización. Están las chicas muy contentas, sonrientes y divertidas. Se toman fotos y selfies. Un trabajador del catamarán habla por un micrófono: si alguno de ustedes se marea, aquí tenemos el remedio, una tecnología mexicana de punta, estas bolsitas negras. Navegamos. Algo de música: Luis Miguel (nunca falta Luis Miguel), Michael Jackson y pop mexicano. El ambiente es eufórico. A los pocos minutos, no más de veinte, escucho a alguien gritar: ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Lo solicitan abajo! El Instituto Electoral, precavido y prudente, había instruido a uno de sus médicos, José Emmanuel Jiménez, para acompañar a los viajeros. ¿Qué pasaría?, pienso.

Poco a poco el ambiente de la nave se transfigura: pasamos, en cuestión de minutos, del júbilo y las selfies a la seriedad y la preocupación. Observo varias bolsas negras: infalible tecnología contra el mareo. Circulan bolsitas negras como cervezas en el Jalisco. ¿Qué está pasando?, pienso. Sube una funcionaria del Instituto: su cara oscila entre el verde y el gris. La está pasando muy mal. El médico, atento y profesional, la acompaña en todo momento. La señora cierra los ojos, se toca la frente con la mano derecha. Está como si rezara para que pase ya su malestar. Bolsita negra. Yo sufro de verla sufrir. ¡Doctor, páseme una pastilla! ¡Doctor, acá pásenos dos! ¡Doctor, páseme alcohol! ¡Doctor!

El catamarán se mueve bruscamente, de arriba abajo, de un lado a otro. Más pastillas, más bolsas negras. La gente empieza a acostarse en el piso, sumamente áspero, para disminuir la sensación de mareo. Sube Moisés: amigo, hay gente vomitando abajo. Platicamos un rato. Me estoy sintiendo mareado, confiesa. Arriba y abajo. Más gente se acuesta: utilizan su salvavidas naranja como almohada. Caminar dos metros es una acción casi irrealizable. La tripulación, sin embargo, camina con destreza. Observo a un compañero retorcerse de asco. Saca una bolsita: no le atina completamente. A mi izquierda está una trabajadora de un distrito electoral del interior del estado. Lentes de sol, pelo largo y oscuro. Se escucha un ruido. ¿Qué fue eso?, grita una mujer frente a nosotros. Mi celular… se me cayó. ¿Cómo? Sí, se me cayó el celular… ¡¿Al mar?! Sí. Ay… Caras largas. La funcionaria sigue sufriendo. Un hombre que la asiste, supongo que su colaborador, empieza también a marearse. Bolsita negra. El espectáculo es dantesco. Qué es esto, pienso. No venía preparado. Más bolsas negras, más vómitos, más pastillas.

Jorge Rosales Ruiz, mejor conocido como El Mix, siempre simpático y alegre, presidente del consejo municipal electoral de El Arenal, baja, generoso, por una botana para su grupo de amigos. Lo acompañan Nimsi Olivares, quien acaba de ingresar a laborar al Instituto recientemente, y Magdabeth, siempre trabajadora y discreta. Tardan varios minutos: bajar y subir es una proeza. Observo al Mix subir con dificultades las escaleras: lleva una bandeja con totopos en forma de triángulo (estoy casi seguro que son Doritos) en la mano izquierda. En la derecha lleva un vaso de plástico con un trago. Intuyo lo peor. Sube escalón a escalón pero con poco cuidado. Finalmente llega al segundo nivel: avanza como malabareando, sus brazos se mueven hacia delante y hacia atrás de forma descoordinada. El movimiento de la nave hace parecer que está bailando. Presiento su final e incluso pienso, morbosamente, en sacar mi celular para grabar el instante. Me contengo, no es prudente. Además, todo será tan rápido que quizás no alcance a grabar el momento exacto. Se acerca poco a poco, su meta es llegar a una sillas en las que pueda colocar la bandeja. Entre más se acerca más pierde el equilibrio. Se acerca, se acerca cada vez más. Finalmente, colapsa: su cuerpo es empujado hacia delante, como si se hubiera echado un clavado extendiendo los brazos con la charola de papas y su trago. ¡¡¡Traaaas!!! Se escucha un golpazo: El Mix queda extendido en el piso, manchado de salsa valentina, mojado por su trago y sangra por la rodilla derecha y el codo izquierdo. Hago todo lo que puedo por no reírme: cuando yo era niño mi madre me regañó por reírme de un señor que tropezó con un escalón de la casa. No se cayó, sólo se tropezó. Me pareció gracioso y me reí de manera natural y jocosa. Mi madre, firme, me hizo disculparme con el señor al día siguiente. Tenía yo 7 u 8 años. Ahí aprendí a no reírme cuando una persona se cae. Intento lo más que puedo. Sin embargo, Magda y Nimsi, que vienen detrás de él, aún en la escalera, sueltan una carcajada estrepitosa. No puedo contenerme más. Comienzo a reírme. Casi todos en el segundo nivel ríen a carcajadas. El momento es apoteósico. El Mix empieza a recoger las papas: y ni siquiera las probé, yo venía a compartírselas a ustedes. El doctor, discreto y atento, le venda las heridas. El Mix, inteligente emocionalmente, se toma su caída con filosofía.

Moisés se acuesta, ya no puede con el mareo. La chica que perdió el celular está seria. Otra compañera pierde su sombrero. Otro más pierde una gorra. El piso está manchado de salsa valentina y del trago del Mix. Hay pocas personas muy ágiles: Sayani Mozka, directora de la unidad editorial del Instituto, acaso por haber sido bailarina, se mueve con naturalidad y disfruta del sol, sonríe. Arriba y abajo. Un movimiento muy brusco sacude a todos: se escuchan gritos, algunos caen de sus asientos, una bocina del Instituto está a punto de caer al mar. Casi se rompe la silla en la que viene Moisés. Una bolsa de una compañera, repleta de cosas, incluso de un perfume, es salvada por Magdabeth. El precio, una rodilla raspada que comienza a sangrar. ¡Doctor, se raspó! Es que soy muy sangrona. Otra gorra vuela. Unas gaviotas se posan en la lona que nos cubre del sol. Yo recorro mi celular hasta el fondo de mi bolsillo: no quiero que me pase lo que a la persona de a mi lado. Gracias a Dios nunca me mareo, pienso, ni en carro, avión o barco. Algunos vomitan hasta cinco veces. Me gustaba mucho esa gorra, alguien lamenta.

 Llegamos a Chimo. Por favor dejen sus cosas que puedan caerse aquí en el catamarán. Descendemos a unas lanchas: vamos apretados, los periodistas llevan cámaras de video, tripies, mochilas, cámaras fotográficas. Llegamos a la orilla de la playa: rápidamente me quito los tenis y los calcetines antes de saltar al agua que nos llega más o menos hasta las rodillas. Los vestidos de varias compañeras se mojan. La mayoría de varones llevamos bermudas, pero algunos traen jeans y pantalones. Llegar a Chimo es más peligroso que el viaje de Odiseo de regreso a Ítaca. Llegamos a la arena. Conforme avanzamos empieza a sentirse más caliente. Las plantas de los pies se me empiezan a quemar. Me pongo los tenis, con todo y arena. Alonso, ¿me compras un agua mineral?, es que me siento muy mal y no traigo dinero. Llegamos a la casilla. Saludamos a los capacitadores asistentes electorales (los famosos cae) así como a los vecinos del poblado. Empiezan los funcionarios del Instituto a hablar a través del micrófono y la bocina que casi se cae al mar. Los medios de comunicación hacen lo suyo. Se muestra el material electoral de simulacro, mamparas, urnas, boletas, actas de escrutinio y cómputo. Una señoras portan un chaleco del ine color rosa. El ánimo es de júbilo. Los reporteros hacen preguntas, se toman fotografías, hay aplausos. Una sensación de orgullo rodea la casilla.

En el abarrotes, que me recuerda al que tenían mis abuelos en la colonia Flores Magón de Mazatlán, compramos gansitos marinela, cocas, aguas, electrolit, más pastillas. Señora, ¿va a votar el 2 de junio?, le pregunto a la dueña de la tiendita. Pos, vamos a ver. Ay, señora, si viera qué difícil es llegar hasta acá para que pueda votar… ¡Por favor, vote! Le preguntamos si tiene más pastillas. ¿Vienen mareados o qué?, pregunta con una sonrisa divertida. Nos sentamos un rato. Llega un vendedor de cocos en un razer. Los compañeros compran una decena de cocos. Se los toman sin popote. Me mentalizo para subir a la lancha. ¡Ya vámonos!, grita Héctor Ojeda de la dirección de organización, quien ostenta dotes de liderazgo y esa confianza en el trabajo que emana de años de experiencia. ¡Ya vámonos, órale! Guardo mis tenis en la bolsa de plástico amarilla que me dio la señora del abarrotes para cargar los gansitos y las bebidas. Subo a la lancha. Mientras esperamos a que suban todos, las olas nos golpean fuertemente. Se mete el agua, la cámara de un reportero se moja. Otra ola, más agua. ¡Cubran sus celulares!, dice un periodista. Qué aventura, pienso. Nos vamos. Subimos, con ayuda de la tripulación, al catamarán. El director de organización del Instituto, Aldo Alonso Salazar, quien nadó desde el catamarán hasta Chimo, sube con un plato de ceviche y tostadas. Bajen, allá hay comida. La gente está hambrienta. Se sirven ceviche de camarón crudo y de pescado. Pásenme la salsa. ¿Me da un agua mineral? Una coca, por favor. ¿Con hielo? Sí. ¿Me pasas una tostada? Comer de pie o incluso sentado es difícil. Algunos utilizan sillas como mesa. Otros tienen miedo de comer. No quiero volver a vomitar. ¿Y si me hace daño?

Llegamos a Yelapa. Otra lancha. Una playa perfecta. Esperamos a que lleguen todos los periodistas y funcionarios. Caminamos por calles sumamente estrechas. Aquí no caben carros en las calles, dice Héctor. Llegamos a la casilla: urnas, mamparas, funcionarias de casilla, sillas de plástico, botellas de agua, mamuts, galletas emperador. El voto es libre y secreto. Comienza el simulacro de votación: entrego mi ine a la funcionaria de casilla, “¡Solís Sillas!”, me entregan seis boletas. Votamos. Los consejeros Miguel Godínez, Brenda Serafín y Moisés Pérez hablan de la importancia de llegar a las comunidades más remotas del estado para que todos los ciudadanos puedan ejercer su derecho al voto. La consejera Brenda nos recuerda que hoy, 4 de mayo, es el día mundial de la libertad de prensa y felicita a los periodistas y reporteros. Agradecen a los medios de comunicación, explican las dificultades de instalar estas casillas. La gente toma agua. Empieza a hacer mucho calor. Los periodistas toman fotos. Hay cansancio físico pero vigor anímico.

Es inconmensurable la cantidad de recursos, energía y personas que deben desplegarse para ejercer nuestro voto en todos los rincones de Jalisco. El estado entero, cada poblado, ranchería y municipio, se moviliza antes, durante y después de los procesos electorales. Al ciudadano le toma acaso veinte o treinta minutos votar. Pero la cantidad de trabajo que hace posible su voto es enorme. Si tuviéramos conciencia de todo lo que implica en términos materiales y humanos nuestro derecho al voto, probablemente más personas votaríamos cada proceso. Es loable el trabajo que hacen el iepc Jalisco y el ine para que exista la democracia electoral en nuestro estado y país.

Votar es una forma de limitar el poder, de controlar los excesos de los gobernantes, de defender la dignidad de la ciudadanía. Votar no garantiza buenos Gobiernos, pero es nuestra mejor defensa contra el autoritarismo, la más larga y profunda tradición política de la humanidad. Votar nos hace iguales: el empresario rico, el artista excéntrico, la ama de casa, el estudiante de Facultad, el anciano jubilado, el comerciante, el obrero, la servidora pública, todos, a pesar de las diferencias sociales y económicas, gozamos de la misma igualdad jurídica y política gracias a nuestro régimen democrático. La democracia impide que los lobos se traguen a los corderos, o que por lo menos los lobos se vuelvan más lobos.

Hoy día nuestra democracia se halla en un estado de fragilidad alarmante (“una democracia en tinieblas”, la llama José Woldenberg). Podría llegar pronto el día en que, con el pretexto demagógico de ahorrar dinero, ya no se instalen casillas en poblaciones de difícil acceso como Chimo y Yelapa. Peor aún: pronto podría llegar el día en que el Gobierno en turno —y no el ine— elabore el padrón electoral, como en la época del partido prácticamente único (lo que Vargas Llosa llamó en 1990 “la dictadura perfecta”), y que los funcionarios de casilla sean, no ciudadanos y vecinos ordinarios, sino empleados gubernamentales, repartidores de programas sociales u operadores políticos de los partidos.

Celebro y admiro el profesionalismo, el rigor y el compromiso de los trabajadores del iepc Jalisco: su entusiasmo, sentido de responsabilidad y vocación de servicio son dignos de las instituciones que realmente nos merecemos los mexicanos. La labor de los periodistas y reporteros es también loable: valientes, patrióticos, críticos. Sin medios de comunicación libres no hay democracia política: sin derecho a la información, a la crítica periodística, al cuestionamiento y el debate público, no hay libertades ni pluralismo. Nuestra democracia ha sido limitada, pero nuestra insatisfacción debe ser no con la democracia como ideal sino con el desempeño de los Gobiernos del periodo democrático (2000-2018). No renunciemos, por la sempiterna pero engañosa seducción del autoritarismo y las trampas del carisma, a la democracia. Una democracia liberal creativa, donde los ciudadanos, y no los partidos y las élites políticas y económicas, sean los verdaderos protagonistas de nuestra historia es nuestra tarea por delante.

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