La decisión de Claudia*
Claudia es una profesionista especializada en asuntos fiscales, pertenece a una familia estable de la que recibió educación con valores, tiene dos hermanos, ambos varones y mayores que ella. Nunca dudó de la elección de carrera, fue alumna brillante y desde graduada tenía bien claro su proyecto de vida: formar un patrimonio que le permitiera comprar su departamento, su carro y tener una cuenta de ahorros. Acorde con las culturas prevalecientes, no estaba en sus planes inmediatos ni casarse ni tener un hijo.
Se asume católica mas no es asidua a los ritos de la doctrina, tal como se estila en jóvenes que se declaran de la generación “Z”, lo que eso quiera decir. Sin embargo, Claudia se conducía consciente de los valores fundamentales de la vida sabiendo que existen impedimentos morales y éticos.
A los dos años de graduada ya era una profesional reconocida y sus ingresos le permitieron alcanzar su primera meta. Comenzó a aceptar invitaciones a diferentes tipos de eventos sociales donde por su guapeza, educación y simpatía le sobraban pretendientes. Claudia sintió el llamado del amor sin tener algún hombre en su mente, veía con cierta ansiedad a sus amigas con hijos, sentía un cierto tipo de añoranza en las reuniones donde era la única soltera.
En cierta ocasión le presentaron a Imelda, madre de una hija con discapacidad intelectual de cierta severidad, empatizaron y una tarde la acompañó a las terapias que Renata, la hija con discapacidad, recibía. Claudia quedó impactada, se dijo a sí misma que nunca tendría hijos y jamás volvió a convivir con Imelda, el tema lo archivó en el cajón del indiferente olvido.
Al poco tiempo conoció a Julio, irónicamente en un evento social para recabar fondos en beneficio de chicos con discapacidad intelectual. La atracción fue mutua, tanta que cuando se enteró que Julio tenía un hermano con discapacidad, Julia ni recordó aquella experiencia con Imelda.
Después de un corto noviazgo contrajeron matrimonio, ahora Claudia tiene 10 semanas de embarazo; está feliz y hondamente ilusionada. Por consejo de sus padres le recomendaron hacerse una prueba prenatal que analiza todos los cromosomas; el argumento, la edad de Claudia, 35 años y el antecedente de su cuñado, el chico con discapacidad intelectual.
Son pruebas que pueden detectar hasta 18 alteraciones cromosomicas, por ejemplo la trisomía 21 (síndrome down) o la 18 (síndrome de edwards), incluso la 13 (síndrome de Patau).
Claudia y Julio fueron citados con los genetistas que habían participado en las pruebas, el resultado era claro y definitivo, la pequeña niña que comenzaba a desarrollarse en el vientre de Claudia tenía un claro diagnóstico de trisomía 21, es decir Síndrome de Down.
La consternación de la futura madre la condujo al psiquiatra, pasaba los días profundamente deprimida, su salud peligra pero por ningún motivo quiere continuar el embarazo, rechaza los argumentos de Julio al grado que manifiesta cierta postura de culparlo, no permite que nadie opine al respecto, sólo piensa en el aborto.
Hace unos días, Claudia recibió una carta que dice: Querida Claudia quisiera compartir contigo algunas reflexiones nacidas de mi propia experiencia. La unión de espíritus entre madre e hijo con discapacidad es única e irrepetible. El aborto te hará vivir experiencias en la vida cotidiana que terminan pareciéndose al odio. Convivir con tu hija será más placentero que amenazante. Con cada palabra que tu hija aprenda a decir sentirás la vibración cósmica del amor. Cuando el egoísmo prevalece, le cierras la puerta a la verdadera felicidad. El cuidado amoroso que le dispenses te conducirá a las puertas del cielo. La carta llegó acompañada de un video de la hija de Imelda que recién había ganado un concurso de gimnasia rítmica de clase mundial.
Abril, la hija de Claudia tiene ahora cuatro meses de nacida, está perfectamente bien de salud y ama a sus padres como ellos a ella.
*Caso de la vida real. Los nombres se han cambiado.