La contaminación visual: grave daño urbano
Bien se sabe que el funcionamiento de las ciudades genera diversos tipos de contaminación. Esto se acentúa en las urbes cuyos procesos carecen de los adecuados índices de desarrollo: no solamente en el plano económico, sino en el de la civilidad y en el cumplimiento de normas de convivencia elementales.
Las ciudades que resultan más satisfactorias para sus habitantes son aquellas en las que se logra circunscribir los niveles de contaminación, por lo menos, a límites tolerables. En muchas de ellas, sin embargo, el abuso de los vehículos de combustión interna sigue rebasando con frecuencia estos umbrales. Para ello, se toman ya diversas medidas. Desde limitar el uso de estos vehículos a restringir su circulación en determinadas áreas. Del apoyo decidido a un eficaz transporte colectivo o ciclista a la sustitución de automóviles por unidades de energía mixta o puramente eléctrica. Es una problemática compleja, y global.
Otros tipos de contaminación, además de la atmosférica, como la auditiva o la visual, han sido totalmente controlados en muchas partes, ya que dependen de un efectivo manejo de los mecanismos administrativos de la autoridad, de reglamentos adecuados y eficaces, y sobre todo, de la conciencia por parte del público general sobre el mantenimiento de un medio ambiente sano.
La salud ambiental es frágil, y frecuentemente vulnerable. Una parte de ella reside en la capacidad de la ciudadanía para tener contextos limpios de agresiones visuales. La expresión de la ciudad, de sus corredores principales, de sus zonas centrales, es un elemento fundamental para el positivo reconocimiento colectivo de los lugares en donde vive y transita. Solamente es posible la identificación del habitante con la ciudad si ésta transmite un respeto por sí misma y por sus moradores. Y es evidente la íntima conexión de esa identificación con un comportamiento individual constructivo y responsable.
La cacofonía visual, propiciada por anuncios de toda laya (y principalmente los “espectaculares”), los muros rayoneados de cualquier modo, la incuria en fincas y terrenos baldíos, los tan deletéreos cableados aéreos sin ninguna regulación, las ubicuas mantas de plástico colgadas en tantos lugares, la basura acumulada: el resultado es una especie de “segunda piel” urbana que vuelve agresiva la apariencia citadina, que tapa y deteriora la verdadera presencia de una ciudad hecha la mayor parte de las veces con esfuerzo, cuidado y decoro. La contaminación visual es una suerte de grotesca máscara que agrede directamente la salud de la comunidad.
Este componente del deterioro cívico, cuando está fuera de control, se reproduce día a día, afianza su presencia y genera en el público una especie de fatal enajenamiento respecto a su entorno vital. Guadalajara demostró por siglos una dignidad visual que es preciso recuperar. Pero sólo se podrá lograrlo sobre una firme base de conciencia, y exigencia, social.