La colección Campana en el Louvre
Con un recorrido por 500 tesoros, el Louvre pasa revista a la colección privada de arte más importante del siglo XIX: la del italiano Giampietro Campana, que enriqueció los acervos de los grandes museos de Europa. La exposición Un sueño de Italia. La colección del Marqués Campana se presenta en la sala Napoleón del Louvre hasta mediados de febrero y estará en el otoño en el Hermitage de San Petersburgo.
La colección llegó a ser inmensa, como la ambición de su dueño: crear un compendio enciclopédico de la continuidad del genio italiano desde los etruscos hasta la Contrarreforma, una formulación histórica que Campana adopta en las décadas de mediados del siglo XIX: precisamente por la época en que la península comenzaba a intentar unificarse como nación. Así, logró reunir unas diez mil piezas arqueológicas, centenares de pinturas desde el Trecento hasta el siglo XVII, entre ellas un gran Crucificado de Giotto, una escena de la batalla de San Romano de Uccello, una Virgen de Botticelli... además de esculturas renacentistas, mármoles y bronces, vasijas, mayólica, marfiles, alhajas...
Giampietro Campana (Roma, 1808-1880), aparte de recibir una herencia importante y ser un hombre de negocios muy astuto, fue director, como su padre y su abuelo, del Monte de Piedad de Roma. Eso le permitió entre otras cosas alentar las exploraciones arqueológicas, comprar cuanto quería y montar talleres de restauración, pero también echar mano de los dineros de la institución que gobernaba. En 1857 estalla el escándalo y Campana va a dar a la cárcel por malversación. Los Estados Pontificios incautan la colección y la ponen a la venta en 1861.
Las potencias europeas se apresuran a aprovechar la oferta: desde décadas atrás, ningún bien patrimonial podía ser exportado de los Estados Pontificios sin autorización. Inglaterra fue la primera clienta, pero no adquirió muchas cosas (algunas están ahora en el Victoria and Albert). En cambio, el Zar Alejandro II actuó con determinación y se llevó los mejores mármoles y vasijas antiguas, que desde entonces ocupan un ala del Hermitage. En cuanto a Napoleón III, se decidió tarde, pero compró todo el resto, o sea la mayor parte: 11 835 piezas diversas y 641 cuadros, que luego serían repartidos entre el Louvre y los museos de provincia (pese a las protestas de Ingres y Delacroix, opuestos a ese nuevo desmantelamiento de la colección). En la exposición actual no se ve más que una vigésima parte de lo que fue la colección completa, y ya así el conjunto es casi abrumador.
Campana sólo estuvo preso un par de años y luego partió al exilio, pero regresó a Roma después de la unificación italiana. Su colección estaba ya dispersa, pero el catálogo de todos aquellos objetos no deja de ser una especie de cimiento estético e intelectual que recoge sin duda buena parte de las raíces identitarias que permitieron legitimar el surgimiento de una nueva y muy antigua nación.