La cocina es un refugio compartido
La cocina es uno de los primeros grandes estudios de arte en los que la humanidad se ha desarrollado desde siempre. Por qué no iba a serlo si comer, algo que hacemos como mínimo dos o tres veces al día, es un acto repetido que en sí mismo nos reta a proponer y a continuamente hacer.
Todos los días por decirlo de alguna manera se abre el telón, y la combinación de especias, hierbas, proteínas, carbohidratos y vegetales (y demás infinita materia prima) nos ofrecen la posibilidad de expresarnos desde una de las principales necesidades del ser humano.
Como en todos los laboratorios donde se exploran procesos artísticos, en la cocina la creatividad es también la comensal de cabecera, la que nos servirá de motor para crear -con inclusive los mismos ingredientes y sin necesidad de tener una gran cartera-, el objetivo ideal que no es un platillo sino una experiencia completa ya sea para uno mismo, para público propio (familia o amigos) o por supuesto el ajeno o público en general en el caso de dedicarse a ello como una profesión.
La cocina es rigurosa y celosa de sus artistas a los que les requiere de un trabajo duro y rudo pero que hecho con inspiración y amor al ritual consagra a cualquiera que meta ahí atención, cariño, dedicación, técnica y por supuesto disciplina.
Mucho se ha hablado de las jornadas de trabajo inhumanas de los cocineros y sus ayudantes, nada extraño para un actor que prepara línea tras línea el sentido entero de una obra y que hace de los ensayos una función constante.
En realidad el trabajo de cualquier artista dentro o fuera de la cocina, arriba o abajo del escenario suele ser agotador y solitario. Aunque estoy muy pero muy lejos de ser una artista de la cocina, encuentro en el proceso un espíritu meditativo, algo que como sucede con la danza nos aísla del mundo “real” que tanto nos duele, quizá por eso disfruto tanto cocinar y por supuesto bailar. El mundo real es pues el que construimos dentro de algunas paredes y que el resto, ruede.
No existe ningún atajo dentro del trabajo de verdad, intentarlo además de ser poco honesto es atentar contra uno mismo.
Por eso es que la comida de verdad tiene ingredientes de verdad, cultivados y cuidados con altos estándares y luego preparados bajo procesos establecidos, tan establecidos que cuando estos ya fueron consolidados es que se puede experimentar e incluso improvisar.
La mesa es el escenario en el que posiblemente tendremos por lo menos una función al día, la cocina sigue siendo un espacio de creación y de encuentro y para algunos como para la que escribe estas líneas, un refugio seguro.
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