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“La chupó el diablo”

Dos escenarios: en el primero, un integrante de ese selecto grupo de tomadores de decisiones en un partido político, dice que prefiere apoyar a alguien más (un hombre) para que consiga un cargo público importante, antes que a una mujer. En el segundo, un mensaje que llega al teléfono celular de una precandidata (catedrática y maestra de profesión) después de dar a conocer su registro, en éste se lee: “ahora sí después de esto, te chupó el diablo”.

Los lineamientos sobre paridad en candidaturas aprobados por el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Jalisco (IEPC), no son garantía de que se amplíen estos espacios para las mujeres en los municipios más poblados. A pesar de las impugnaciones, finalmente, lo que se aprobó no está en armonía con las reformas constitucionales en materia de igualdad.

En el escenario uno (al que me referí inicialmente), han sido pocas las mujeres que se han pronunciado en contra de que la clasificación de municipios y distritos por bloques dependa de la competitividad de los partidos políticos en la última elección, y fluyen con la corriente de sus superiores, hombres por cierto, que las colocarán de nueva cuenta en un espacio a cambio de su silencio, lo que las autoexcluye de una legítima representación política.

Las mujeres podrían ubicarse en el segundo escenario, no se ajustan a la tradición política en la que parece que se les conceder un permiso para ser y estar; ellas llegan justo en el momento -diría que vamos tarde- en el que necesitamos representantes políticos con la diversidad suficiente para romper con la resistencia de un proceso electoral con igualdad relativa.

El paso que tienen que dar es sencillo de entender, aunque difícil de aceptar, nos queda claro: es la apertura para que las mujeres accedan a puestos de poder y espacios de toma de decisiones, sin que sean un asunto de cuotas o favores.

Sí, aun cuando las voces de las mujeres están teniendo mayores espacios, aceptémoslo, no es más que por el temor de algunos a verse mal si se hace lo contrario. La historiadora inglesa Mary Beard, premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016 analiza muy bien la conexión cultural que aparece de inmediato cuando una mujer defiende opiniones distintas a lo establecido. Beard expone que no es que estén en desacuerdo con eso, sino que las actitudes de rechazo están profundamente arraigadas en nosotros y no en nuestros cerebros. Es decir, los prejuicios sobre la representación y participación femenina forman parte de nuestra cultura, del lenguaje y de la historia.

La clave radica en identificar cómo se ha aprendido a escuchar las contribuciones de las mujeres, y claro, si se ha o no aprendido. Se les ha obligado, que es distinto, y ahí es donde empieza la defensa frontal contra nuestro silencio. La palabra eco tiene su origen en la mitología griega. Eco era una ninfa expresiva y convincente que fue condenada a repetir palabras.

Así que, si para algunos, dar pasos en la participación política de las mujeres significa que nos chupe el diablo, entonces que sea también al infierno donde vayamos a defendernos.

puntociego@mail.com

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