La charrería de verdad, soslayada
Al Dr. Jorge Rivero, con aprecio y gratitud
Vino a Jalisco a presentarnos un libro muy bonito: El caballo, la hacienda y la charrería. Está impreso en el papel típico de los que se quieren lucir: más pesado que ninguno y su brillantez dificulta la lectura. A veces pienso que son libros cuyo autor espera que se vean pero que no se lean. Lo malo, a veces, es cuando alguien procede a hacerlo.
Así pasa con casi todos los libros que se han hecho sobre el tequila: carísimos y su texto de dudosa calidad. En unos y en otros predomina la loanza de sus actores y la exaltación de los méritos de sus autores, pero son pocos, como el mexiquense Octavio Chávez Gómez, que procuran ir más allá. Sin embargo, su mencionado libro se queda “muy acá…”.
En el Centro de México, hidalguenses y mexiquenses se reputan ellos mismos como los papis de la charrería. Tienen algo de razón: cuando Maximiliano buscó un traje propio de la tierra, lo encontró en el que procedía de los Altos de Jalisco. El de faena resultaba muy modesto para tamaño personaje, pero los domingueros ya no quedaban mal, aunque a Su Majestad se lo enriquecieron más.
Fue entonces cuando los ricos hacendados lo adoptaron y ahora sus descendientes y demás se consideran prácticamente los dueños de la “marca”.
Llama la atención que autores como Chávez hagan caso omiso de cuatro textos sobre charros oriundos del Occidente de México, que resultan del trabajo en verdad científico, a saber:
Ana Cristina Ramírez: La charería, tradición inventada y comunidad imaginaria. (El Colegio de Michoacán. 2000); Tania Carrreño King: El charro. La construcción de un estereotipo nacional. 1920-1940. (Instituto de Estudios de la Revolución Mexicana-Federación Mexicana de Charrería. 2000); Cristina Palomar Verea: En cada charro un hermano. La charrería en el Estado de Jalisco. (Gobierno del Estado de Jalisco. 2004); José M. Murià: Orígenes de la charrería y de su nombre. Pról. de Hugo Gutiérrez Vega. (Miguel Ángel Porrúa. 2010.)
Supongo que un estudioso medianamente serio debió tomarlos en cuenta, tal como dichos autores lo hicieron de un libro, del mismo Chávez, que data de 1991. De haberlos visto, tendría una idea mucho más acertada de las cosas.
Sumergido en el Centro de México y viendo solamente por encima del hombro lo que no sucede ahí, Chávez se ha perdido de la verdadera raíz de la charrería y la explicación de muchos elementos fundamentales. Entre otros varios señaló el uso de la reata en vez de la pértiga que se prefiere en espacios delimitados, aunque sean muy amplios, y el sombrero de ala ancha que también tiene que ver con los desplazamientos de ganado a grandes distancias, como les sucedió desde el siglo XVII a los rancheros (luego charros) de Jalisco para aprovechar la necesidad de vacunos de los centros mineros del Norte…
Baste por ahora. Se me acabó el espacio.
(jm@pgc-sa.com)