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La buena: ya está el T-MEC.  La mala: México es el perdedor 

Certidumbre. Durante el primer año de la administración de Andrés Manuel López Obrador, su gobierno y los empresarios buscaron eso. Ambos le echaron un poco de la culpa por los tres trimestres sin crecimiento de la economía nacional a la falta de certidumbre generada por una negociación del nuevo tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá que tardó más de lo esperado. Pero ahora que ya está aquí podemos ver el camino delante de nosotros, el detalle es que ese camino es mucho, mucho más difícil que el que hemos tenido desde la firma del tratado anterior en 1994 y vigente a la fecha, porque México —y en buena parte su industria automotriz— sufrirán las consecuencias.

Lo que la mayoría de la gente ve es el tema del acero. Porque a partir de ahora México tendrá siete años para comprar 70% del acero que consume en la región y no del lugar donde se venda más barato, como se ha hecho hasta ahora. Esto significa que los precios de los productos que lo usan van a subir. Con el aluminio es aún peor. Pese a que en este caso el plazo será de 10 años, también va a ser necesario usar 70% del total hecho en la región. El aluminio es un material más caro y del cual la producción mexicana es inexistente. Peor aún: se usa cada vez más en los autos, debido a su menor peso y resistencia a la corrosión.

Pero si las cosas no pintan bien por el lado de los materiales de producción local, el tema laboral resulta mucho más complicado. Esa complicación viene de la nueva política que permite que exista más de un sindicato en las fábricas, con la inestabilidad que eso produce.

Huelgas en el futuro

Un departamento específico dentro de una planta puede crear su propio sindicato, siempre y cuando tenga más de 25 miembros. Y este sindicato puede declararse en huelga aunque todos los demás trabajadores no estén de acuerdo. Con que se pare un área del proceso, se detiene toda la producción, obviamente, porque un auto no puede armarse sin pintura, o sin tablero o sin neumáticos.

Aparentemente esa nueva forma de hacer las cosas se logró gracias a presiones, directas e indirectas, del poderoso sindicato de trabajadores de la industria automotriz en Estados Unidos, el UAW (Union Auto Workers).

Hay otro detalle, no tan crucial pero sí importante. Un determinado porcentaje de las partes producidas para armar los autos debe ser producida en una región con sueldo mínimo de 16 dólares por hora, que es el de EUA (en la industria automotriz). México, que paga entre tres y cuatro dólares por hora, necesitará algunas vueltas de parte de los proveedores para que esa se cumpla como puede ser, por ejemplo, enviar la tela de los asientos a Canadá para que en ese país sean armados. Los proveedores necesitarán calcular muy bien el origen de sus partes y el lugar de manufactura. Otros necesitarán contratar a gente de mayor nivel, es decir, ingenieros y directores, para subir su promedio de sueldos, si quieren seguir aquí.

También es posible que más de una marca decida no cumplir la regla de origen y pagar el arancel de 2.5% (para vehículos ligeros, pickups tienen 25% en EUA) que determina la Organización Mundial de Comercio, pero esto, con un voluble Trump en la presidencia, es un riesgo, porque de la noche a la mañana él puede subir esos aranceles.

El camino  que tenemos adelante es mucho más complicado. Donald Trump logró lo que quería, quitar los beneficios que tenía México en la época del TLC. El detalle es que con eso no habrá mayor desarrollo regional y nuestro país estará aún más rezagado. Debido a ello, la posibilidad de una oleada futura de inmigrantes en EUA es muy posible, con o sin muro. Y esto es todo lo que él no quiere, pero probablemente no alcance a ver.

 

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