La aniquilación de la palabra
Descolocar a un orador con abucheos orquestados es una idea genial para aniquilarlo a él en el templete y a su planteamiento en el mundo de las ideas. Mostrar a las cámaras que a ese orador nadie lo quiere escuchar, mientras que a otro le aplauden, le gritan vivas y le avientan rosas, genera una sensación de unanimidad de ideas que trasciende ese templete, ese acto, ese día e incluso, al orador hostigado. Lo que importa es la permanente y repetitiva imagen de las flores, las loas y los elogios que glorifican al segundo orador, el que es el bueno.
¿Eso qué significa? Desde la lógica del mensaje finamente construido por el poder, eso significa que el aplaudido y sí querido es el que tiene razón, naturalmente. El amor se le entrega porque su verdad es la buena, sus enemigos son los verdaderos, y su lucha es la importante.
Lo que sigue, después de inocular esa idea nacida no de la fuerza de un argumento, sino de vítores y abucheos retransmitidos en ondas expansivas, es pensar que con esa verdad se identifican todos alrededor.
Todos saben que ese orador tiene razón, porque todos piensan como él y él piensa como nosotros. Y nosotros somos todos. Se ha creado ya la sensación de unanimidad.
Ahora bien, si ese orador debe emitir su mensaje fuera de un templete, con altavoces que lleven su palabra a todos los rincones de sus dominios, la cosa cambia, sobre todo si no es dueño de todos los altavoces.
La parte genial es que, haciendo suyo el micrófono, puede centralizar el suministro de información. Su mensaje se impone y tiene eco porque él es la fuente de la palabra legítima. Pero hay una parte a resolver: los dueños y representantes de altavoces pueden ser un incordio: a veces abollan la palabra y en ocasiones, osados, se atreven a hurgar en el mensaje frente al líder.
Pero nadie dice que no se les pueda descolocar. Sólo hay que hacerlo en otro momento. Para eso es útil alentar o consentir una vasta red de informadores distribuidos en muchos espacios con el objetivo de reforzar, comentar y limpiar el mensaje. En esa red puede crecer una hidra que ataque personalmente a los atrevidos críticos. Que los descoloque, los ridiculice, los distorsione, los identifique con el gran enemigo de la honrosa lucha y termine por silenciarlos a ellos y por desaparecer sus plumas y sus ideas.
¿Y a qué viene todo esto? A una frase de Goebbels que encontré. Se le atribuye durante una quema de libros en 1933: “Esta noche hacéis bien en tirar al fuego estas obscenidades del pasado. Es un acto poderoso, inmenso y simbólico por el que el mundo entero sabrá que el viejo espíritu ha muerto”.
Nunca lo relacioné con los abucheos a los gobernadores, o con el Presidente de la República, o con la estrategia defensiva de Enrique Alfaro ni con la campaña de ataques a periodistas registrada por investigadores del ITESO. Ni por asomo.