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La Guadalajara que sí fue

Llegué a vivir a Guadalajara en 1995. Mis primeros años los pasé en una casa de Miravalle. Le guardo especial afecto a las canchas pamboleras de cemento en Avenida Artes Plásticas (ahí, suelo bromear, me «fregué» la rodilla). 

Comencé a recorrer la ciudad, a los 15 años, a bordo del transporte público.

Cada domingo tomaba la ruta 62 para visitar mi lugar favorito: San Juan de Dios, esa ciudad dentro de la ciudad, como lo describió mi amigo Erik en un artículo imperdible publicado en Tapatío Cultural. Pasaba horas entre sus pasillos interminables de tenis, ropa y videojuegos. También algunos fines de semana tomaba el 190 para ir al tianguis de Santa Tere y el 63 para llegar a Plaza del Sol.

Una ocasión, de regreso a Miravalle, un hombre se sentó a mi lado y me ofreció una baratija de anillo a cambio de mi cartera. Lo recuerdo más como un trueque forzado que como lo que realmente fue: un asalto en transporte público.

Para llegar al Centro, mi lugar preferido de Guadalajara, tomaba el 54. Me bajaba en Avenida Alcalde y López Cotilla, la zona más ruidosa de la metrópoli; alcanzaba los 80 decibeles cuando la norma permite máximo 68 para la actividad diurna. Junto a las Discotecas Aguilar había siempre un concierto ensordecedor de escapes, motores y música.

Desde el primer año entendí que el transporte público y las lluvias vespertinas de junio eran una mala combinación. Una ocasión acudí a la Casa del Maestro en el Centro, y a mi regreso el camión desvió su ruta debido a varias inundaciones. Sólo recuerdo que el chofer advirtió: «No hay paso, le daré por R. Michel». Terminé a las once de la noche en Las Pintas de Abajo. En mi casa, mi padre pálido del susto, me vio llegar empapado gracias al raid piadoso de un taxista.

Era la Guadalajara de mediados de los noventa. Y hasta hace tres años, que compré un auto, la recorrí y conocí siempre en transporte público. También a bordo del camión se vive una ciudad (1.5 millones de pasajeros diarios en esta metrópoli lo saben).

Muchas cosas faltan por mejorar en esta ciudad. Y quizá tardamos en lograr una tercera línea de tren (Berlín tiene diez) y dos sistemas BRT funcionales, pero a pesar de las deudas y pendientes, a partir de hoy Guadalajara es una ciudad un poco más amable y digna para quienes viajan en transporte público.

Yo la llamo la Guadalajara que sí fue. 

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