La Feria Municipal del Libro
Recuerdo muy bien cuando mi profesor de sociología, Efraín Urzúa Macías, inauguró la primera Feria Municipal del Libro de Guadalajara en los bajos y alrededores del edificio de la presidencia municipal.
“Don Efra” era un hombre de libros y le dio todo su respaldo al empeñoso regidor de cultura que había logrado hacer de ese trienio un período de excepcional valor.
Hago una pausa para proferir su nombre: Salvador Cárdenas Navarro. Era un hombre inteligente, culto, emprendedor y sumamente honrado.
Aquellas primeras ferias fueron un éxito, lo mismo desde el punto de vista económico que por las actividades que se llevaron a cabo en su seno.
De la primera queda como testimonio la pequeña publicación que se fue haciendo cotidianamente, con el nombre del Despertador Americano, describiendo con detalle todas las actividades.
A ninguno de los organizadores de las 50 ferias que han seguido se le ocurrió hacer una edición de homenaje. Es de sospechar que los actuales ni siquiera hayan tenido noticia de ello.
De hecho, cada feria se ha dedicado a algún escritor local, aunque en ciertos casos sean verdaderos mequetrefes y una que otra mequetrefa sin mérito para ello. ¿Será por ignorancia o por desagradecimiento? El caso es que nunca, nuestro querido Salvador, también fundador de la Feria y de otra más en la ciudad de México, que todavía sobrevive con más enjundia que la nuestra, haya sido motivo de remembranza y reconocimiento. Además, se podría haber hecho alguna referencia a ese honorable presidente municipal que la cobijó.
Mal que bien la Feria se fue desarrollando y la veíamos con especial cariño hasta que en el seno de la Universidad le dimos vida a la FIL, con los enormes y merecidos reconocimientos que de ella hacen propios y extraños.
Hubiera sido una tontería, acogerse a la FIL para que la “municipal” desapareciera, pero sí pudo haber sido un acicate para que ésta mejorara y se adecuara a los tiempos, pero no fue así: el formato ha sido siempre casi igual, pero cayendo en el esquema de un tianguis para vender libros que no “se han movido en el año”. Ausente de publicaciones novedosas promovidas por sus organizadores, concursos para escritores, reconocimientos a quienes en verdad lo hayan merecido en vida, etcétera. Con imaginación y deseo de superarse, a lo largo de medio siglo, podrían haberse logrado muchas cosas, pero ha sido siempre “pan con lo mismo” y éste cada vez resulta más difícil de tragar.
Sin llegar a la excelsitud de la FIL, en muchas partes del país se han creado y desarrollado muchas ferias del libro y, prácticamente todas, van mejorando año con año, excepción hecha de la que se hace en nuestra ciudad durante dos semanas, que pueden ser eternas, cada mes de mayo sin más anhelo que cubrir el expediente y apapachar a uno de nuestros cuates ya fallecidos, a veces sin más singularidad que la de haberse muerto.