Kholodenko, rumbo al Olimpo
Tiempos vendrán, diría el profeta, en que el nombre de Vadym Kholodenko alterne, en el Olimpo de los pianistas, con los de Horowitz, Brendel, Benedetti, Richter, Arrau, Rubinstein, Zimermann, Argerich… Cuando eso ocurra, los asistentes a la velada de clausura de la XXI edición del Festival Cultural de Mayo, la noche del viernes en el Teatro Degollado, podrán decir, mientras liberan todos los sentimientos que pueden condensarse en un suspiro, que fueron testigos de una de sus grandes actuaciones.
Tiempos vendrán en que se restablezcan los cánones históricos de la música: cuando se convenga nuevamente en que el valor supremo del arte –de todas las artes– es la belleza. Cuando eso suceda, seguramente el Concierto para Piano No. 1 en Mi menor, Op. 11, de Chopin, que estuvo en la parte central del programa referido, seguirá siendo uno de los mejores ejemplos: belleza químicamente pura. Obvia decir que la versión de Kholodenko, al igual que el encore con que correspondió al aplauso del respetable (sala casi llena), fue impecable en la exposición de cada una de las notas. Y lo mejor: magistral en la emoción que fue capaz de transmitir al público. La Romanza (segundo movimiento), sobre todo, fue de antología. Agnieszka Duczmal, directora de la Orquesta de Cámara de la Radio Polaca, presente en la sala, habrá recordado la ocasión en que acompañó a Olga Scheps en una versión de referencia (accesible en Youtube, por cierto) de esa obra exquisita. Por lo demás, la Orquesta Filarmónica de Jalisco, con su titular, Marco Parisotto, al frente, secundó dignamente al solista.
Tiempos vendrán, también, en que, en el mejor de los casos, se seguirá discutiendo el valor intrínseco de partituras como Métaboles, de Dutilleux, con que –después de los discursos de circunstancia– se abrió la velada: habrá quienes encuentren en ella aportaciones válidas a la evolución de las manifestaciones estéticas… y habrá quienes sigan pensando que sólo son admirables por el alto grado de dificultad que su ejecución implica, pero que sólo se escuchan –por toda la eternidad, eso sí–, como diría Celibidache, “en el infierno de los malos músicos”.
En la parte complementaria del programa, la OFJ interpretó dos obras de Ravel: la versión orquestal de La Alborada del Gracioso, y la Suite No. 2 de la sinfonía coreográfica –como su propio autor la calificó– Dafnis y Cloe.