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Historia de dos candidatas y un Papa

Hace unos días Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez estuvieron con el Papa con diferencia de unas pocas horas. Algo que dice mucho del peso electoral que los políticos de nuestro país otorgan a la influencia de la Iglesia Católica. Y algo, también, que nos permite contrastar la naturaleza de sus campañas y el momento en que se encuentran.

Para Xóchitl Gálvez, la foto con el Papa representó el punto culminante de una gira por el extranjero que en más de un sentido había resultado decepcionante, considerando los altos objetivos que se había planteado. En Estados Unidos su visita no fue arropada como la que se otorgaría a una luchadora por la libertad en contra de un gobierno autoritario de izquierda, como ella había anticipado. No pudo entrevistarse con pesos pesados, ni su visita a Washington y Nueva York fue recogida de manera destacada por la prensa de ese país. 

En España el saldo fue aún más pobre: ni siquiera consiguió ser recibida por Vargas Llosa, o al menos por su hijo, pese a la animadversión que López Obrador despierta en el premio Nobel peruano. Como sabemos, la nota más trascendente de su paso por Madrid fue su encuentro con Felipe Calderón, con resultados más bien incómodos para la candidata. No fue ella, sino el ex presidente, quien subió a las redes la foto que se hizo viral, tomada frente a los baños en un restaurante madrileño. Incómoda para Xóchitl, porque hasta ese momento constituía, para efectos mediáticos, el momento culminante de una gira que contradecía su carácter internacional y la circunscribía a una comida que pudo haber sostenido en Polanco. 

Tan es así que, interrogada al respecto, ella prefirió tomar distancia de Calderón y afirmó “no lo admiro políticamente… es un mexicano que vive aquí y yo soy una mujer educada”. Al buen entendedor. El deslinde era obligado: no sólo por la cuestionada reputación del ex presidente sino porque un vínculo con él dinamita el principal argumento político en el que habrá de centrarse la campaña de Xóchitl en contra de la 4T: los niveles de criminalidad en el país. Asociarse con Calderón arruina cualquier posibilidad de presentarse como una alternativa para conseguir un México seguro.

Así pues, la visita al Papa permitía a Xóchitl legitimar la hasta entonces anticlimática gira internacional y traducirla en una ventaja electoral. Y sin duda lo consiguió. Basta ver la inmediata reacción de su rival, Claudia Sheinbaum. Hasta ese momento los círculos obradoristas habían descalificado la gira de Xóchitl, empezando por el propio presidente en la mañanera. En el menor de los casos se trataba de una torpeza electoral, porque allá no estaban los votos que necesitaba; en el peor, era una “vende patrias” por hablar mal del país y arrojar dudas sobre el proceso electoral en México. No era casual, se dijo, que la gira fuese a las tres potencias que habían dominado históricamente a este país: la Iglesia Católica, la Corona española y el imperio yanqui.

Pero lo del Vaticano obligó al cuarto de guerra de Sheinbaum a cambiar la estrategia. La descalificación no neutralizaba la ganancia que una entrevista con el Papa otorgaba a la opositora. Podía ser interpretada por algunos votantes como una especie de espaldarazo del jefe de la Iglesia. 

Por lo demás, se trataba de un tema sensible. La relación del presidente con la jerarquía eclesiástica no ha sido la mejor a lo largo de estos años; y si bien Claudia Sheinbaum no profesa credo religioso alguno, su equipo es consciente de que su procedencia judía puede ser utilizada en campañas sucias para influir en el voto de los creyentes. 

La rapidez con el que la candidata reaccionó da cuenta de la importancia que concedió a la necesidad de neutralizar el logro de Xóchitl. Y sin duda lo consiguió. Una fuente asegura que la audiencia de la hidalguense con el Papa fue de 15 minutos, mientras que la de Sheinbaum fue de una hora. No he podido confirmarlo, pero lo importante para efectos escénicos son las dos fotos equiparables. Imágenes que desmontan cualquier posibilidad de una ganancia propagandística unilateral por parte de Xóchitl Gálvez.

La entrevista de las dos rivales con el mismo personaje revela no solo los contrastes entre ellas, sino también la manera polarizada en que fueron interpretadas por la prensa. Un contraste que se advierte en la cobertura de la gira misma. Para unos, un viaje de entreguismo y traición, como ya se dijo; para otros, una jugada electoral hábil porque Xóchitl consiguió, en la pausa entre campañas, una manera de ocupar primeras planas y noticieros en México.

En lo personal, no creo que una gira por el extranjero de un candidato sea en sí misma una señal de entreguismo, particularmente tratándose de Estados Unidos, un país donde reside una comunidad de millones de mexicanos, muchos de ellos con vínculos vivos con nuestros electores (y basta ver el monto de las remesas); o de España, con quien tenemos bastas relaciones históricas, culturales y económicas. Depende, más bien, de lo que se diga o haga en esas giras. En todo caso, creo que los resultados fueron más bien decepcionantes para Xóchitl, pero por otros motivos.

Criticarla per se no tiene sentido, más allá de un carácter propagandístico. Bajo esa lógica sería igualmente reprobable que la única entrevista exclusiva del presidente López Obrador, dicho por él mismo, se haya concedido a una reportera rusa para una empresa española. Tratándose de un jefe de Estado, ignorar cualquier medio del país y priorizar a uno extranjero podría ser interpretado como un rasgo chovinista. Pero tampoco lo creo: habría sido imposible escoger una televisora o un medio nacional, porque eso habría significado un desdén inadmisible para los otros. Si el mandatario quiere hacer un pronunciamiento, particularmente dirigido a la comunidad.

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