Ideas

El gabinete de la presidenta

Unamitas, capitalinos, profesionales experimentados, más técnicos que políticos, aunque estos en áreas clave, divididos en tres tercios: los del actual gabinete, los del gobierno de la Ciudad de México, los refuerzos de otras regiones de la vida pública.

La veintena de nombramientos ya conocidos muestra a un equipo que responde puntualmente a los desafíos que la presidenta prevé para el primer tramo de su sexenio: procurar la delicada transición entre un gobierno dirigido por el fundador del movimiento y el de su sucesora, sentar las bases del crecimiento, conjurar riesgos de inestabilidad económica y financiera, avanzar la modernización y eficacia de la administración pública, atender los rezagos en salud y educación, ofrecer resultados claros ante la inseguridad, bregar con la probable y azarosa presidencia de Trump, impulsar una agenda energética y climática propia.

Para eso está construido este gabinete. Es un equipo con el cual la mandataria se siente cómoda. Algunos han querido ver la permanencia de varios cuadros del actual gabinete como una extensión de la influencia de López Obrador. No es así. Claudia Sheinbaum tuvo la enorme ventaja de hacer un “casting” tras la experiencia que otorgan seis años en el poder, algo de lo que careció López Obrador al arrancar su gobierno. El tabasqueño, quien venía de doce años de “exilio en el interior”, se vio obligado a reclutar colaboradores de donde pudo y justificarlos con el comentado lema “90% de lealtad, 10% de experiencia”. Claudia, por el contrario, pudo seleccionar su dream team a partir de los muchos cuadros que deja el gobierno federal y su propia gestión en la Ciudad de México. De entrada, en el gabinete de Sheinbaum no hay priistas y mucho menos panistas, como sí los hubo al arranque del actual sexenio.

Del Gobierno federal actual repiten: Rosa Icela Rodríguez (Gobernación), Marcelo Ebrard (Economía), Raquel Buenrostro (Función Pública), Alicia Bárcena (Semarnat), Ariadna Montiel (Bienestar), Marath Baruch (Trabajo) y Rogelio Ramírez de la O. (Hacienda) aunque solo los últimos cuatro en la misma secretaría. En total siete de las veinte que ya han sido definidas (faltan Defensa y Marina, además de Pemex y CFE). Pero se equivocan quienes consideran que estos secretarios son “los hombres (y mujeres)” de López Obrador, portadores de una agenda predefinida o de plano “caballos de Troya enviados por el Jefe”. Con varios de ellos Claudia mantiene una relación cercana y de mucha confianza desde hace años: Rosa Icela fue su secretaria de gobierno durante casi dos años en la Ciudad de México y con Ariadna Montiel le une una amistad longeva; con Alicia Bárcena comparte desde hace años complicidades de una preocupación por los temas ambientales. El joven Marath Baruch repite en Trabajo por la necesidad de seguir avanzando la profunda e impactante reforma laboral que se prevé de largo aliento. Raquel Buenrostro, conocida por su dedicación y disciplina prusiana, de exitoso paso por el SAT, constituía un cuadro de la nueva administración pública demasiado valioso para ser desaprovechado. Rogelio Ramírez de la O. en Hacienda y Marcelo Ebrard en Economía lejos de representar una imposición, constituyen un recurso clave para el nuevo gobierno: otorgan una imagen de experiencia y capacidad de cara a la estabilidad y los desafíos por venir. Que se queden o no todo el sexenio dependerá de sus resultados y la evolución de los acontecimientos.

Las trece plazas restantes son en su mayoría colaboradores de Sheinbaum, de muchos años o de incorporación reciente. Cinco proceden de la experiencia de gobierno en la Ciudad de México: Luz Elena González, ex tesorera, estará en Energía, y Ernestina Godoy, ex fiscal capitalina en Consejería Jurídica. Los otros tres prácticamente repiten en el mismo puesto, pero ahora en escala federal: Omar García Harfuch en Seguridad Pública, Jesús Esteva será titular de Comunicaciones y Transportes y Claudia Curiel de Cultura.

Otros son refuerzos que si bien laboraron con López Obrador habían dejado de hacerlo por una razón u otra: es el caso de Lázaro Cárdenas, nuevo jefe de Oficina de la Presidencia, Juan Ramón de la Fuente, quien será canciller. Mario Delgado, ex presidente de Morena, tampoco puede ser definido como un alfil de AMLO; se ganó su designación en Educación tras los largos meses de campaña trabajando con Claudia y ganando su confianza.

Y finalmente están los nuevos fichajes reclutados de ámbitos profesionales y empresariales: David Kershenobich en Salud, Rosaura Ruiz, de la UNAM a la nueva Secretaría de Ciencia y Tecnología, Altagracia Gómez, empresaria, para coordinar las relaciones con sus pares. Completan la lista Josefina Rodríguez, la nueva secretaria de Turismo, procedente del gobierno de Tlaxcala y Edna Elena Vega, subsecretaria en Desarrollo Agrario promovida a titular de la misma.

La mejor muestra de que se trata de un gabinete “claudista”, por así decirlo, es el predominio de la UNAM, no solo casa de estudios de la nueva presidenta sino el hábitat en el que transcurrió la mitad de su vida profesional. 12 de los 20 aquí mencionados son unamitas y otros cuatro proceden de universidades públicas de la capital. Solo cuatro cursaron su licenciatura en instituciones privadas (dos en el extranjero, otra en la Ibero y uno en Itam).

El predominio de los capitalinos es también abrumador, un contraste con la composición del actual gabinete mucho más diversificado regionalmente, explicable con un presidente tabasqueño. Trece nacieron en la Ciudad de México y cuatro que no, han sido defeños de facto desde su adolescencia o antes. Cabalmente solo tres proceden de “fuera” de la capital: Altagracia Gómez de Guadalajara, Josefina Rodríguez de Tlaxcala y Julio Berdegué de Sinaloa aunque nómada en el mundo.

La composición de edades es muy similar a la del actual gabinete, alrededor de 58 años promedio, pero curiosamente con una enorme desviación de ese promedio. Solo hay 5 que estén en sus 50 y otros 5 por debajo de eso, incluyendo los sorprendentes 32 de Altagracia y 38 de Marath en Trabajo. La otra mitad pasa de 60, de los cuales 6 superan las siete décadas.

Pero un gabinete, como cualquier grupo humano, se define tanto por los rasgos identitarios, por aquello que son, pero también y en gran medida por lo que no son. En el gabinete de Sheinbaum no se advierten énfasis doctrinarios ni hay representantes de la izquierda histórica, las llamadas tribus, y mucho menos de los “radicales”, obradoristas o de otra índole. Todo indica que ella misma se reserva la tarea de portar el bastón de mando ideológico y ha privilegiado la selección de cuadros capaces de sacar adelante la tarea encomendada.

Un gabinete profesional, plural, experimentado, balanceado, dos tercios de ellos identificados con el liderazgo de Claudia. Esas son las certezas. Lo demás está por verse.

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