Sheinbaum, el Metro y el circo
¿Cuánto hay de linchamiento político en contra de Claudia Sheinbaum por las fallas del Metro, algunas con saldo trágico, y cuánto de ineficiencias atribuibles a su administración? Imposible intentar hacerse de una idea de lo que está pasando si no asumimos que la información y el análisis que circulan están contaminados por la polarización política. La oposición y buena parte de los medios, empeñados en asegurar que los accidentes cobren la mayor factura posible a la aparente favorita en la sucesión. El gobierno de la 4T, por su parte, está evidentemente interesado en hacer control de daños y minimizar esa factura. Hay hechos y datos duros, desde luego, aunque envueltos en la propaganda de las dos partes.
La crítica de la oposición se centra en dos argumentos: uno, los accidentes son resultado de problemas de operación y mantenimiento derivados de la disminución del presupuesto; y dos, existe negligencia administrativa o problemas operativos porque los recursos y la atención están puestos en otras actividades, entre ellas la precampaña electoral, lo cual quedó evidenciado el día de la tragedia de la Línea 3 del Metro, que la sorprendió de visita en Morelia, como parte de su programa de giras de fin de semana por el país. En un segundo momento, la reacción de las autoridades frente a la crisis generó por parte de la crítica dos argumentos adicionales: la tesis de actos intencionados (la palabra sabotaje no se usó, pero se daba a entender) era una cortina de humo irresponsable para justificar los accidentes; y movilizar a la GN constituía un gesto mediático que no atendía el problema y provocaba la militarización de un servicio público.
¿Cuánto de cierto hay en todo esto? Primero lo del presupuesto. En términos nominales es falso que este haya disminuido a lo largo del sexenio, aunque los datos no sean lo categóricos que habrían deseado las autoridades. En el primer año de gobierno, 2019, la cifra destinada al Metro, 17.2 miles de millones de pesos, representa un incremento de 11% sobre el último año del sexenio de Miguel Mancera; sin embargo, en efecto, la cantidad disminuye en 2020 y en 2021 como resultado de la pandemia, cuando se redujo sensiblemente el flujo anual de pasajeros (40% en promedio el primer año). Pero en 2022 lo presupuestado alcanza un nivel histórico con 18.8 mil millones de pesos y aumenta a 19.7 mil para 2023, es decir 4.6% este último año.
En términos nominales, pues, la crítica de una pretendida “subpresupuestación” no es correcta. Sin embargo, hay más de un ángulo atendible. Un reporte de la organización México Evalúa señala que las partidas exclusivas para mantenimiento han sido discretas y en algunos años por debajo de la inflación. El último año de Miguel Mancera, el gasto en mantenimiento fue de 873 millones (aunque el gráfico utiliza la base de comparación del penúltimo, que en realidad fue atípico) y los de Sheinbaum han sido 851 (2019), 365 (2020, año de pandemia), 971 (2021) y 904 (2022). En suma, en términos presupuestarios, es falso que haya existido un abandono criminal, pero ciertamente cabría preguntarse si frente a un sistema de transporte en proceso de envejecimiento, los recursos destinados al mantenimiento han estado a la altura de las exigencias.
Y, no obstante, tampoco es una acusación enteramente cierta. Se podría tener la tentación de considerar a la de Sheinbaum como una administración que dedica los recursos básicos a sostener la operación, pero desdeña el desgaste de largo plazo que eventualmente generaría males mayores. Sin embargo, eso obligaría a ignorar el proyecto más ambicioso de renovación que se haya realizado, al refundar por completo la Línea 1 del Metro, la más vieja, con un costo de 38 mil millones de pesos, dos veces el presupuesto anual de todo el Metro.
En ese sentido, difícilmente podría sostenerse la segunda crítica que asegura que la vulnerabilidad que ahora exhibe el Metro es resultado de la distracción de la jefa de gobierno en tareas preelectorales. La relación causa efecto es absurda, porque existen autoridades responsables y delegación de tareas; aunque en términos más amplios, y sobre todo políticos, es atendible la preocupación respecto al hecho de que los funcionarios públicos fragmenten su tiempo en actividades que tendrían que desempeñar en otro momento. En más de un sentido es una llamada de atención. En otro texto, he señalado que la mejor precampaña que puede hacer Sheinbaum de cara a sus aspiraciones presidenciales reside en mostrar una absoluta dedicación y profesionalismo a la responsabilidad encomendada por los votantes.
¿Sugerir la posibilidad de un sabotaje es una invención política para desviar el golpe mediático o una explicación atendible del posible origen de, al menos, una parte de los accidentes y contratiempos? Imposible saberlo en este momento. Sheinbaum dio a conocer un puñado de irregularidades de los últimos días cuya frecuencia y naturaleza van más allá de las anomalías “esperables”. Descabellado no es: para nadie es un secreto las corrientes que por razones políticas y sindicales mantienen un pulso con la administración, por no hablar de los muchos interesados de la escena pública en hacer desbarrancar a la favorita de Palacio Nacional. Algo nos dice la rápida aparición de operativos de encapuchadas violentas que pretextan protestar contra la militarización. No obstante, apelar al sabotaje como explicación, como lo hace la autoridad, es temerario si la investigación no lo confirma y, sobre todo, si los accidentes continúan a pesar de las medidas de protección policiaca y de inteligencia asumidas.
¿Y la Guardia Nacional qué pinta? Vigilar el paso de trenes y pasajeros, como afirman los críticos, difícilmente resolverá el problema si los incidentes tienen que ver con las tripas del Metro. Se ha dicho que al margen de la GN hay otras acciones que trabajan hacia adentro.
López Obrador justificó a los militares diciendo que era para dar a la gente una sensación de seguridad. Y en efecto, los estados de ánimo se alimentan de percepciones y no tengo dudas de que la presencia de guardias (no armados) será bien recibida por la gran mayoría de los pasajeros.
Pero la política también es de percepciones, y con esta medida el presidente tira un lazo a Sheinbaum, pues pasa el mensaje a todos los usuarios de que el problema es producto de los que acechan, lo cual haría de la funcionaria una víctima.
¿Qué impacto político tendrá todo esto? Lo dirá la posición de la precandidata en la siguiente ronda de encuestas de intención de voto. Aunque habrá una medida aún más drástica y temible: la estadística de “incidentes”, y esperemos que no tragedias, de los próximos meses. Mientras tanto, concentrémonos en los hechos, conscientes de que en todo esto hay un espectáculo en marcha por parte de los actores políticos y mediáticos.