Ideas
Jaque al Papa
-II-
El domingo, mientras por el mundo se difundía como reguero de pólvora el contenido de la carta en que el arzobispo Carlo María Vigano lo acusaba de haber encubierto las denuncias por los abusos de más de mil menores por parte de más de 300 clérigos en Pensilvania, el Papa pronunció, una vez más, un “mea culpa”… de cuya sinceridad, dicho sea de paso, no hay motivo alguno para dudar.
El lunes, en el avión, en la tradicional conferencia de prensa, Francisco fue sometido a un auténtico bombardeo. Las notas de prensa refieren que el Papa eludió sistemáticamente las preguntas clave y pidió a la prensa “juzgar por sí misma” el contenido de la denuncia. Se infiere que Francisco pone en tela de duda la autoridad moral de Vigano para hablar del tema, tras hacerse pública su propensión a las intrigas, probada por su participación en el escándalo de los “Vatileaks” que eventualmente precipitaron la dimisión de Benedicto XVI.
-III-
Así como el cese de Vigano en los altos cargos que desempeñaba en la curia y su nombramiento -un virtual “destierro”- como nuncio en Washington fueron una salida tibia, “al estilo de la Santa Sede”, para un caso grave de deslealtad a la Iglesia, el señalamiento más concreto para los tres últimos papas -Francisco incluido- en esos casos que han quebrantado el prestigio de la institución y mermado notoriamente su credibilidad, ha sido el mismo: dejar el tema en el terreno de las palabras. Como dijera María Hackett, una de las más activas denunciantes de esas conductas y víctima de ellas ella misma, “decir ‘lo siento’ es demasiado fácil”; externar “dolor y vergüenza”, lo mismo. Ante el trauma que esos crímenes dejan en sus víctimas, los golpes de pecho y las declaraciones en que se proclama la norma de “cero tolerancia” para tales abusos, no pasan de tener un valor simbólico insignificante.
Más allá de los análisis y las reflexiones de la prensa, en consonancia con las respuestas, ayer, del Papa, su credibilidad personal y la institucional de la Iglesia sólo se recuperarán plenamente cuando a las denuncias se les dé el curso que corresponde a conductas delictivas, eventualmente criminales; no la tibieza, rayana en el encubrimiento, usual en esos casos.
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