Instrucciones para leer los pronósticos del PIB
El FMI dice que la economía mexicana crecerá 2.8% en vez de 4% en el 2022. Es un golpe de agua fría en la cara, pero no estamos frente a una profecía escrita en piedra por un sacerdote maya o algo previsto por Nostradamus en sus famosas Centurias. Son números que representan la fotografía de un momento y lo proyectan al futuro. Al final del año, el resultado puede ser mejor o peor.
Mucho de lo que pase en el 2022 depende de lo que hagamos y de lo que dejemos de hacer. El crecimiento del PIB será peor si se aprueba la reforma eléctrica en los términos que fue propuesta. En este caso, la rentabilidad política de la iniciativa es inversamente proporcional a la viabilidad económica. El PIB será mejor si México consigue ponerse en el mapa como jugador relevante en la captación de inversiones que ahora están en China, ¿cuál es nuestra estrategia para aprovechar el reshoring? ¿Sabe el presidente que esta es la mayor oportunidad, en décadas, para la economía mexicana?
El pronóstico del FMI es relevante por la importancia del organismo, pero también porque coincide con otros ejercicios similares hechos por bancos privados y por otras instituciones internacionales. Importan los números que sueltan los expertos, pero también las razones que ofrecen: el ajuste tiene que ver con condiciones mas adversas en el entorno internacional y también con factores internos que implican riesgo o dificultan el crecimiento. En México, la inversión está 14% por debajo del nivel que tenía antes de la pandemia. Las inversiones no realizadas en años pasados limitan las posibilidades de crecimiento de ahora en adelante. ¿Es posible a estas alturas del sexenio lograr un golpe positivo en la confianza de los inversionistas?
Los pronósticos hechos por organismos internacionales otorgan mucho peso al deterioro que ha vivido el entorno global en las últimas semanas. Estados Unidos y China crecerán mucho menos de lo que se pensaba. En el radar están factores que venimos arrastrando pero no se han resuelto, como la pandemia; por supuesto la disrupción de las cadenas de valor, por falta de chips y contenedores. En el caso de los semiconductores, la solución no está al alcance de la mano. Las mayores empresas fabricantes del mundo lo reconocieron ante los inversionistas ayer jueves y se desplomaron en Bolsa, junto con sus principales clientes.
Entre los factores internacionales que entran en escena en el 2022 está el endurecimiento de la política monetaria en Estados Unidos y la tensión geopolítica en Ucrania. El alza de tasas de interés por parte de la Fed es una respuesta esperada para contener la inflación. Es una medicina que traerá efectos secundarios: meterá freno a la economía de Estados Unidos y provocará volatilidad en muchos países emergentes. Qué tanto se afectará el tipo de cambio del peso frente al dólar es una de las interrogantes. No seguirá en 20 pesos, pero es incierto el tamaño del brinco que pegará. El alza de tasas también meterá presión a las finanzas públicas. Un alza de un punto porcentual significa cientos de millones de dólares en incremento al servicio de la deuda de empresas tan apalancadas como Pemex y miles de millones de pesos para el gobierno mexicano. El fin de las tasas cero en Estados Unidos reducirá el margen de maniobra del Gobierno. Atención con el papel que jugarán las agencias calificadoras.
Ojalá solo fueran los problemas externos los que frenan la economía mexicana. La inseguridad pública y los bajos niveles de inversión aparecen en la parte más alta de la lista de adversidades. Los crímenes de alto impacto están quitando brillo a la joya de la corona turística, Cancún. También hacen daño a otras regiones y sectores que no tienen tanta luz encima. La anemia inversionista es el síntoma de problemas serios: las decisiones económicas del gobierno otorgan puntos de popularidad al presidente, pero restan puntos al PIB; existe una desconfianza mutua entre el gobierno y el sector privado, que se traduce en mucho ruido y pocas nueces. Carecemos de una política económica promotora del crecimiento y las inversiones productivas.
La baja en los pronósticos del PIB para 2022 significa que es muy probable que no volveremos a los niveles del 2018 sino hasta 2023. En términos económicos vamos por el camino de tener un sexenio perdido. No es buena noticia para el gobierno, por supuesto, pero tampoco para la oposición. Para las elecciones del 2024 tendremos un país empobrecido y malhumorado o deprimido, porque un país que no crece es un país que sufre la tragedia de no realizar todos sus potenciales. ¿Quién podrá conducir la nave entre tantas tempestades y piratas?
lmgonzalez@eleconomista.com.mx