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Inseguridad y miedo

El ser humano desde su nacimiento lleva en sus genes la maldad, que se manifiesta en actos de violencia; desde la creación del hombre Caín mató a su hermano Abel. Son la educación y la religión los elementos que controlan los instintos criminales, ni los buenos consejos de sus mamacitas ni el decálogo moral van a controlar la actitud criminal, tal vez algo se logre a largo plazo.

Los mexicanos sufrimos la época más violenta desde hace cien años, vivimos con miedo; miedo a   que nos asalten al salir del cajero automático, a no encontrar el automóvil en donde lo dejamos si no es un lugar seguro, miedo a encontrar violada la cerradura de nuestra casa si la dejamos sola unas horas. En  las colonias residenciales las casas tienen cercas eléctrica s y alarmas pero el más temible de todos los delitos es el secuestro que implica actos de crueldad y mutilación de las víctimas y en muchos casos la  muerte aun cuando se  pague el rescate, acción que ha removido los rescoldos de una hoguera cual latente flama permanece viva en las personas que han sufrido   en carne propia o muy cerca de su zona de confort el terrible impacto del peor de los delitos que    comete la bestia humana.

En efecto, no hay nada tan abominable como infligir dolor físico y tortura psicológica a la víctima y sus familiares a cambio de dinero.

Primero, la angustia de no saber el paradero de la persona desaparecida, luego la llamada amenazante, intimidatoria, apremiante; después el suspenso de la espera de una segunda llamada pidiendo el rescate, lapso que puede ser de varios días o semanas, después el contacto     telefónico con la atormentada víctima, clamando por ayuda para detener la flagrante tortura.

Finalmente la entrega del dinero y la angustia de la espera para recibir o no al secuestrado, que algunas veces ya está muerto cuando se paga el rescate, sobre todo si existe la posibilidad de que reconozca a alguno de los victimarios.

La advertencia reiterante de no dar a aviso a la Policía, la duda de si hacerlo es bueno o sólo empeora las cosas. La inseguridad de si habrá cómplices entre la autoridad y los delincuentes, agravantes que incrementan el sufrimiento.

Lo único que puede frenar este abominable delito es la pena de muerte, solución que tiene profundas raíces, religiosas, morales y humanas. ¿Tenemos derecho a cumplir con el precepto bíblico de “ojo por ojo, diente por diente”? La iglesia católica lo prohíbe, la religión musulmana lo aprueba, en algunos países se aplica, en otros no. La conclusión es que la decisión es casuística, sería volver a la Constitución de 1917 en donde se suprimió para evitar venganzas políticas ante la  turbulencia revolucionaria de 1911 a 1916.

Habrá que poner en la palestra este problema ingente hasta encontrar una solución que acabe con   este cáncer social. Nuestros gobernantes están empeñados en que una política de amor y paz es la  solución, a los delincuentes besos, abrazos y protección de derechos humanos y las víctimas que son “fifís”, que se aguanten.

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