Ideas

Incertidumbre indomeñable

María Visión, canal de televisión católico concedió un espacio de una hora en vivo que se mantuvo al aire cerca de doce años, como conductor del mismo tuve la oportunidad, mejor dicho, la fortuna de conocer primero, tratar después, a muchas madres de chicos con diferentes tipos de discapacidad, trastornos desde los mas agudos hasta las de carácter relativamente manejable. Comprobé que las madres, en un 90% de los casos, son las que hacen frente al cuidado de sus hijos, soportando incluso, un alto porcentaje de deserciones paternas que abandonan totalmente su responsabilidad. Ya lo dice Ángel Ganivet el destacado escritor español del siglo XVIII: “la mujer tiene un solo camino para superar en meritos al hombre ser cada vez más mujer”.

Como resultado del continuo trato que durante casi doce años establecí con los chicos y sus madres, quedó la práctica eventual y nada obligatoria, de reunirnos eventualmente a charlar de las vicisitudes que la condición de discapacidad de nuestros hijos arrojan. En la reciente que no última reunión, la plática, convertida en eficiente terapia, tomó un rumbo de hiriente realidad, explicable a la luz del irrefrenable paso de los años. LA INCERTIDUMBRE INDOMEÑABLE que provoca el inevitable correr de los años y la desazón que causa la espinosa pregunta, ¿Quién cuidará de los hijos cuando los padres falten?

Antes de conocer la opinión y la postura de cada una de las madres, logré deducir que esa inquietud está a flor de piel permanentemente agudizada con el correr de los años, algo así como mirarnos a diario en el espejo roto de la realidad, descubrí, conforme cada madre planteaba su postura y que todas lo hacían con melancólico buen humor, que en ocasiones la risa es sinónimo de ansiedad y amargura.

Como en todo apareció la excepción: una madre soltó el llanto al explicar su caso, no es para menos, es madre de tres hijos con discapacidad y su esposo la abandono hace años, el llanto de la señora Mago* nos unificó en un fenómeno sencillamente profundo: el oculto deseo subrepticiamente escondido y eventualmente aflorado, de que los hijos partan a su encuentro con Dios antes que los padres lo hagan; crudamente dicho: padres que en forma de misterio e intimidad desean la muerte de sus hijos.

Ese inexplicable trago amargo que en circunstancias normales, se calificaría como absurdo, enfermizo y cruel pensamiento y pareciera nacer de una especia de Gorgona intrigante. Sin embargo analizado con cuidado, es un pensamiento que obedece a la voluntad de la especie humana; huir del sufrimiento, huir de vivir con un sentimiento de duelo anticipado.

Guardo muy vivo el recuerdo del sepelio de una jovencita de 16 años con discapacidad intelectual que falleció una noche a causa de una bronco-aspiración, me impresionó, sobre todo, el recuerdo de la expresión facial de la madre y del padre ausente, rostros ausentes de lágrimas y con muecas de inequívoca apacibilidad, de obediencia a sí mismo. Misterio e intimidad; recordé a Santa Teresa: “tú me mueves señor, muéveme el verte clavado en esa cruz y escarnecido”.

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