Hora de la limpia de verdad
La basura, la seguridad, la limpieza de las calles, el bienestar de las niñas y los niños, muchas de las violencias, la educación, la salud… de todos estos asuntos, solemos decir, como si dijéramos mucho, como si diéramos con la fórmula de la piedra filosofal: son responsabilidad de todos. Es una forma de salvoconducto para que al final nadie se haga cargo; si en algo tengo responsabilidad, así sea poca, y no funciona, mejor no digo nada, no vaya a ser que me reclamen o peor: que me pongan a trabajar. Con lo que esos negocios responsabilidad de todos terminan siendo responsabilidad de nadie, y de manera natural su lógica de desenvolvimiento es hacia empeorar. Si acaso el que tiene la obligación legal, el gobierno, se empeña, al momento en que es notorio que el asunto nomás no mejora, recurre a la cantaleta: que no puede solo, que es deber de todos. De ahí que la basura quede apilada en las banquetas o que los niños… etcétera.
A lo recién descrito, ¿diagnosticado?, podemos añadir una pulsión que ya tiene dimensión social, frente a lo irresoluble la postura es: el gobierno no hace nada, salvo ejercer la corrupción; y no participamos, nos decimos indignados, “sabemos” que nos timan y ni modo de hacer lo que ellos, los gobiernos, tendrían que hacer. Un ejemplo, aparentemente minúsculo: compramos en la calle una bolsa de papas fritas o en el tendejón; felices agotamos la botana, con las manos pringadas el envoltorio vacío nos estorba, volteamos a mirar a la redonda y no damos con un bote de basura, su ausencia equivale a una guarda ética, nos la damos nosotros mismos, y soltamos la bolsa en el primer lugar que nos parece conveniente, mientras sentenciamos: el presidente municipal, o la presidenta municipal no hace nada para mantener limpia la ciudad, si cumpliera con su responsabilidad no me vería obligado a tirar cosas en la calle. Ni pensar en que consideremos que los pesos que pagamos por las papitas incluyen volvernos propietarios del empaque: agotado el producto, la bolsa pasa a ser del dominio público en calidad de basura, la dejamos en la banqueta, en el camellón, y ya puesta ahí representa muy bien, eso creemos, el mal trabajo del Gobierno municipal, y a ver cuándo tenemos uno bueno.
Un automatismo mental idéntico empleamos parar los “desechos sólidos domésticos”, para la basura; nuestros únicos problemas con ella son: que no “se junte” (luego huele mal) y que no se convierta en despensa de fauna tan nociva como nosotros mismos, por ejemplo, cucarachas y ratas. Por lo que, precavidos e higiénicos que somos, cómo no, tenemos bien interiorizada la responsabilidad que con entereza asumimos: sacarla a la banqueta y ojalá pase el camión; si no, qué bárbaro el ayuntamiento y transitamos del neoliberalismo depredador al comunismo reparador: lo que comenzó siendo privado (cajas, cáscaras, huesos, bolsas, jitomates pachichis, papel higiénico usado, etc.) pasa a ser comunitario.
La recolección de la basura, la calidad y la cantidad de agua disponible en las casas, la inseguridad, el estado de calles y banquetas son los principales temas públicos que marcan la calidad de vida de las y los habitantes de área metropolitana de Guadalajara, por turnos suben y bajan de la cima de la importancia, junto con lo que atañe a la movilidad. Por estos días, en el municipio de la capital de Jalisco el esquema de la recolección de basura entró en una crisis al parecer definitiva: por treinta años el ayuntamiento otorgó a la empresa Caabsa-Eagle el monopolio de sus avatares, en teoría comprendía también la correcta disposición final, ahora se le presenta la oportunidad de no refrendar el contrato. En los hechos aquélla nunca cumplió a cabalidad, su actuación fue inversamente proporcional: hoy generamos mucha más basura que hace unas décadas, y el servicio por el que la comuna paga a Caabsa, como se le dice coloquialmente, se mantiene como de los noventa del siglo pasado pero degradado, desde la recolección a la disposición. Así, porque Guadalajara se dé a respetar, porque la autoridad se apegue a lo estipulado en el convenio legal y porque en términos de los desechos sólidos urbanos que producimos es urgente cambiar el modelo (de las casas a lo que hacemos en los centros en los que los depositan) el acuerdo con Caabsa es obsoleto.
Pero es inevitable poner sobre la mesa que se avecina secuelas de esta crisis: si el “carretón de la basura” se presentaba menos que un obispo en parroquia rural, ahora será como un cometa en el cielo. ¿Será capaz la alcaldesa Verónica Delgadillo de estimular a sus gobernadas, a sus gobernados, para que conviertan en causa abrazable el que por fin Caabsa cese su medrar con un servicio pésimo y dañino? Más ¿seremos capaces los ciudadanos de entender que, así como la empresa no dio para la calidad que la urbe necesita en el tratamiento de sus desechos, nos corresponde hacer un examen individual de nuestra actitud al respecto? Y desde esto hacernos cargo no sólo de la basura que parte de nuestras pringadas manos, de nuestras limpísimas casas, sino de la ciudad misma. Sí, podemos, pero ¿queremos?
Algún día del año pasado, Eduardo Bohórquez, titular de Transparencia Mexicana, dio una lección de ética: la gente sí participa, afirmó, si se le convoca dignamente a causas dignas. Lo que está por venir en materia de la basura será una buena prueba para el talante tapatío. ¿Respaldaremos a la alcaldesa o seguiremos en el entendido de que es bronca sólo de ella? Parafraseando a Don Luis de Góngora, a partir de sus versos “ándeme yo caliente / y ríase la gente”: déjeme yo limpio mi hogar, que la ciudad sea un muladar.