Hay que limpiar el lenguaje
Hay que limpiar el lenguaje, quitar lo que quieren agregarle a fin de dividir. Llevamos tres años de descuido, meses y meses de permitir el intento de imponer palabras y oraciones que reducen los universos antes que ampliar las posibilidades de explicarnos y entendernos.
Empecemos por el principio. Les prometo que no existe eso que llaman c*u*a*r*t*a t*r*a*n*s*f*o*r*m*a*c*i*ó*n. Hay que llenar ese eslogan de asteriscos porque siquiera repetirlo supone ceder a un sin sentido. Compruébenlo por ustedes mismos. No hay tal cosa. Es lo mismo que en el pasado: tan falso era que los que se fueron querían mover a México, como remota es que los de hoy, con el desastre administrativo que les hemos visto, estén instalando una nueva manera de darnos gobierno.
Entonces, por qué titular con esa frase, por qué ceder a la tentación de regalarles la iniciativa de nombrar lo que se vive sin que se viva nada remoto a lo que prometieron cambiar. Volvamos al principio: hay que resistir y nunca repetir. Que repitan los pericos. Pero los que piensan, piensen: ¿existe eso que cada mañana les dicen que está en marcha? En tres años no hay evidencia; entonces borren ya de sus titulares periodísticos, de sus machotes de notas informativas, de sus conversaciones el cuatro pegado a la t. No hay tal. Fue una promesa demasiado prematura de López Obrador, pero casi 31 meses después de mudarse a Palacio Nacional no ha construido una realidad ni siquiera incipiente.
Hay columnistas que sienten que es muy divertido adoptar los adjetivos que les lanzan desde el púlpito presidencial. Difícil entender qué piensan cuando incluso portan camisetas con los términos despectivos de Andrés Manuel. Qué raro que sonrientes permitan que un poderoso, al que supuestamente nunca le aceptarían que les dictara sus textos, los etiquete y descalifique.
Si el líder de Morena pretende desempolvar insultos del porfirismo, por qué le permiten que los instale de lleno más de un siglo después. Ni siquiera ha innovado, les propone ese retroceso y demasiados se lo celebran (¿!).
Así que comencemos con lo elemental. El mayor desaire al intento de manipulación es no admitir un lenguaje que nos rebaja o socava. Ponerse al nivel del pendenciero es concederle estatura. Es una pena que sea el jefe del Estado quien pretenda que reduzcamos nuestra riqueza lingüística, nuestra capacidad de incorporar nuevos términos para entender realidades cambiantes y diversas, nuestra voluntad para entendernos.
Las palabras del poder que buscan descalificar a unos y dar categoría de elegidos a otros no deberían ser asumidas acríticamente, tampoco incorporadas como si segregar no fuera dañino.
Luis Espino, que estudia el discurso manipulador, publicó el miércoles que hay que rechazar la normalización de los insultos “que ocurre cuando la gente comienza a repetir de modo irreflexivo una palabra que no tenía necesidad de ser usada en la conversación cotidiana. Ahí, el insulto proferido por el presidente adquiere carta de legitimidad y entra al lenguaje coloquial, lo que significa una victoria para la instauración de las ideas de un solo hombre en la mente de millones”. (https://www.letraslibres.com/mexico/politica/el-presidente-la-clase-media-y-las-trampas-retoricas-del-populismo).
Pero si quieren otra cita de alguien que lo dijo de otra manera, les dejo el final del poema Las palabras, de Mario Benedetti:
no me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro
no me ensucie las palabras
no les quite su sabor
y límpiese bien la boca
si dice revolución.
Con la práctica adquirida en la pandemia, cuidemos la boca y limpiemos el lenguaje, no nos vayan a contagiar.
sal.camarena.r@gmail.com