¿Hasta cuándo?
Me encuentro irritado y lo que le sigue. Envuelto en el remolino de mis emociones, me resisto, rechazo la sola idea de aceptar que un par de hombres de bien, misioneros jesuitas que servían desde hace décadas a los pobladores originarios de la Sierra Tarahumara, hayan sido arteramente asesinados por una bestia (¿se le puede calificar de otra manera?) quien, en la imaginaria del presidente López Obrador, es similar al resto de la sociedad: “todos somos iguales”. En el colmo de la demagogia, el Presidente expresó el 15 de febrero: “Tenemos que ser respetuosos de los derechos humanos; los delincuentes son personas que merecen nuestro respeto y el uso de la fuerza tiene límites, básicamente es para la legítima defensa”. ¿Seguirá pensando lo mismo después de que los sacerdotes Javier Campos y Joaquín Mora fueron masacrados y secuestraron sus cuerpos el lunes 20 en la parroquia de Cerocahui, en el estado de Chihuahua? ¿Pensarán lo mismo los familiares de los soldados caídos en el cumplimiento de su deber? ¿O los de las miles de “víctimas circunstanciales” que han tenido la desgracia de encontrarse, como dijo la gobernadora, María Eugenia Campos, en el sitio inapropiado en el momento inadecuado?
¿Acaso la casa de Dios, el lugar en el que se enseña a amar al prójimo y se practica la solidaridad con los desamparados, hoy profanada por la irracionalidad y la violencia, ha dejado de ser el espacio en el que reina la paz y la concordia? ¿Qué pasa con nosotros? ¿Ya nada nos conmueve? Adictos a la dádiva presupuestal, ¿han comprado nuestros votos y nuestras conciencias? ¡Pobre México! El Papa Francisco lamenta el homicidio de sus hermanos y condena la violencia que se vive en nuestro país:
“¡Cuántos asesinatos en México!” El Episcopado Mexicano reclama “detener los ataques a religiosos y seguridad para todos los sacerdotes del país”. Qué pena que su exigencia sólo la hagan por su presbiterio. Bien pudieron pensar en el sufrimiento y hablar por los sin voz, por aquellos que, sin ser ministros religiosos, son víctimas de la inseguridad en la que vivimos. Mientras tanto, los organismos empresariales, las universidades, las organizaciones gremiales de profesionistas y estudiantes, los intelectuales y la sociedad en su conjunto, guardan silencio. ¿Cuándo entenderemos que la tolerancia no es lo mismo que la impunidad y que la protesta organizada y por los cauces institucionales es la forma de sacudirnos el temor reverencial al poder público?
Preguntas, preguntas y más preguntas. Hoy necesitamos respuestas. ¿Qué vamos a hacer? ¿Colocarnos un moño negro en el brazo? ¿Llenar nuestras cabezas de ceniza y desgarrar nuestras vestiduras? ¿Hacer uso de las redes sociales para expresar nuestra irritación y que todo quede ahí, en una exclamación de dolor y de impotencia? Se necesita empatía, compasión y valentía para hacer los cambios necesarios en la vida comunitaria. Cuando suenan las campanas, es hora de aprestarse para conquistar el derecho de ser libres. Ya sonaron.
Eugenio Ruiz Orozco