Hacer propio lo que conocemos
Javier Garciadiego ha escrito la biografía de Alfonso Reyes “Sólo puede sernos ajeno lo que ignoramos” (El Colegio Nacional, 2022), una vida que el historiador logró reconstruir en detalle en cada una de las etapas de la vida de este escritor, diplomático e intelectual.
“Digo que no hay más oscuridad que la ignorancia”, decía el Bufón en Noche de reyes, una de las comedias de Shakespeare que asociamos con el título de esta biografía para reconocer lo que implica caminar a tientas y, de esta manera, llamar la atención y que busquemos la claridad una vez que conocemos lo que nos era ajeno, para que sea parte de nuestra cultura “que no es, en efecto, un mero adorno o cosa adjetiva, sino un elemento consustancial del hombre”, como decía Reyes.
Javier Garciadiego trabajó en esta biografía porque sabía que “repasar su vida y reencontrarse con sus letras, pensamientos y reflexiones es una tarea grata y provechosa”. El biógrafo es un hombre culto, amable y discreto que fue presidente de El Colegio de México, es miembro de El Colegio Nacional y del Seminario de Cultura Mexicana y es director de la Casa Alfonso Reyes, responsable de los archivos, libros y documentos que le permitieron “husmear en la casa” y “mirar por las cerraduras”, para caminar con paso firme por la línea del tiempo de Alfonso Reyes, cuya inteligencia privilegiada y el don de la memoria le permitieron conectar lo que iba viendo, oyendo o leyendo para interpretarlo.
El retrato de Siqueiros nos ofrece un aspecto sorprendente de don Alfonso, pues lo podemos imaginar como un “viejo feliz, generoso, prolífico y sabio; pero también travieso y hasta burlón”, como lo refiere Garciadiego.
Dos anécdotas: una, el libro con los cantos de la Ilíada que trasladó Reyes, lo tenía abierto en un atril de mi recámara cuando vivía en Coyoacán en los años 60: todas las mañanas leía algunos versos en voz alta antes de irme a trabajar a IBM, mascullando lo leído: “Que arme a los aqueos melenudos y apreste íntegras a sus huestes, que la hora es venida de sojuzgar a Troya…” Dos, en 1983 publiqué la Antología personal de Alfonso Reyes. Edición, palinodia y notas de Ernesto Mejía Sánchez, donde ejemplificamos el humor de Reyes con este texto: “En los corrillos se han dicho cosas peregrinas, pensando que mi pobre violín tiene una sola cuerda. Aquí oiremos otra. A ver, amigos, si leyéndome a tragos acabamos por entendernos”. Una perla de ese collar con 86 páginas.
Garciadiego narra en “Las relaciones porteñas: literarias… y de otras” los años que pasó Reyes en Argentina, caracterizados “por una conducta que lo afectó en su vida familiar, en su prestigio profesional y en su ya dolida economía” y nos enteramos de sus líos de faldas con la Sirena, la Negrita y Nieves Gonnet, historias que se parecen a esos gobelinos estampados y coloridos en la vida de Reyes.
También nos enteramos de que “al margen de su prosa abigarrada y de su tono en ocasiones presuntuoso, hoy todavía impacta la amplitud temática y cronológica de Cuestiones estéticas, con ensayos sobre el teatro griego, Góngora, Goethe, Mallarmé y Bernard Shaw. Casi podría decirse que a sus veinte años el joven regiomontano había iniciado el proceso rumbo a convertirse en un mexicano universal”.
A los veinte años escribió esos ensayos, ¡Dios mío! A mis ochenta y uno, si no me explican lo que quiso decir Góngora en “Píramo y Tisbe”, que conozco bien, o que Antonio Alatorre me explique “Primero sueño” de Sor Juana, no entiendo nada. En cambio, Alfonso Reyes a los veinte años ya discutía las obras de estos genios.
Con esta biografía de Javier Garciadiego conocemos la vida de Alfonso Reyes, que podemos hacer propia porque la conocemos, además de tener un panorama de sus obras que ocupan XXVI volúmenes publicados por el FCE, para hacerlas propias conforme las vayamos conociendo, aunque, como lo recuerda Garciadiego: “coincido con Hugo Hiriart en el sentido de que a Alfonso Reyes le faltó un libro insignia para trascender”
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