Hace 500 años de una traducción
La historia se conforma de un sinnúmero de coincidencias, de hechos irracionales que de no haberse dado en una sincronía inexplicable, no habrían generado las consecuencias que nos toca vivir hoy en nuestro día a día.
Dentro de esas extrañas coincidencias, el día lunes se cumplieron 500 años de un encuentro que transformaría esta tierra. Así, mientras Hernán Cortés miraba a un frustrado Jerónimo de Aguilar no ser capaz de interpretar las palabras de aquellos mensajeros de quien parecía un monarca poderoso, apareció una mujer, una indígena, que supo lo que pasaba y que con un poco de arrebato decidió hablar y así convertirse en el puente de dos mundos que recién se conocían.
El valor de La Malinche o Doña Marina, radica no solo en su carácter de traductora, sino de consejera. Por mucho que al presidente o a la no-primera dama les pueda desagradar, el peso material de la conquista castellana del imperio azteca recayó en las múltiples alianzas que Cortés tejió a lo largo de su marcha al altiplano. Sin la ayuda de las diversas tribus y pueblos oprimidos por los aztecas, los europeos – o por lo menos esos europeos – no habrían llegado muy lejos.
Así, se le tacha de traidora. Pero uno debe preguntarse ¿traidora a quién? Gracias a los libros de texto gratuito y a una sobre simplificación de la historia se nos ha hecho creer que el territorio del imperio azteca correspondía al México moderno, nada más lejano de la realidad. El imperio azteca era un estado cuya presencia se daba en el centro del país, más bien tirándole al sur, y ciertamente era un reino no homogéneo que se basaba en el tributo que otros pueblos subyugados pagaban a los aztecas. Por ello resulta ser un acto injusto el calificar a la malinche como traidora, dado que ella no era azteca ni les debía nada a ellos, por lo mismo no existía lealtad alguna que debiera de cumplir.
Para ella, los aztecas eran los opresores, y – dada lo perspicaz que era – es muy posible que también supiera que en el proceso de conquista los españoles no venían a liberarlos sino a someterlos a un yugo diferente, pero en todo caso un yugo aparentemente elegido por esa serie de alianzas que se forjaron durante 1519.
En actos extraños, Cortés la dio como mujer a Alonso Hernández, quien posteriormente regresó a España y la Malinche se quedó como intérprete junto con Jerónimo de Aguilar para tener un hijo con Cortés de nombre Martín; luego, ya derrotados los mexicas, en 1522 se la dio a Juan Jaramillo con quien tuvo una hija.
Sobre su muerte, no es claro si falleció en 1528-29 víctima de la viruela o si, como afirma Hugh Thomas, duró hasta entrados los 1550s.
Es bobo esperar disculpas de gente que ya murió hace mucho tiempo, pero sí es sano entender de quienes sí venimos y cómo es que participaron en esa unión, pues en la medida en que comprendamos que el grueso de la población, tras 500 años de mestizaje, tenemos más de Martín Cortés – el hijo de Marina y de Hernán – que de Cuitláhuac, dejaremos esa necesidad de sentirnos agraviados y viviremos en paz con nosotros mismos.
Por ello, estando yo aquí, agradezco mucho que ese día la Malinche haya decidido hablar.