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¿Guerra al narcotráfico?

Parece que en materia de políticas de seguridad seguimos atorados en una cuestión de frases, de palabras o polémicas que a nadie le interesan. No creo que haya persona alguna en este país solicitándole al Gobierno que haga una guerra al narcotráfico, no creo tampoco que la respuesta frente a los altos índices de violencia que vivimos sea: “No haremos una guerra al narcotráfico”. No hagan una guerra, solamente cumplan con la obligación que tienen de velar por la vida, la libertad y los bienes de la sociedad.

No hagan guerras, nada más acaben con el secuestro, el cobro de piso, los chantajes de todo tipo, los asaltos en carreteras y en pueblos y ciudades, la usurpación de funciones en los municipios por parte de delincuentes, y las desapariciones forzadas, acabar con toda esta innumerable serie de violencias y atropellos es su deber y su obligación, y para ello cuentan con los recursos económicos necesarios y, desde luego, con la fuerza del Estado, misma que deberán emplear en la medida que las circunstancias lo aconsejen.

Seguir explicando la violencia desatada como una lucha entre cárteles resulta absurdo y ridículo, ¿acaso este país ya no es responsabilidad de nadie?, ¿es que los cárteles alquilaron nuestra tierra para combatirse impunemente en plazas, calles, centros comerciales, campos y cerros?, ¿obtuvieron el permiso de hacerlo aún a costa de todos los daños colaterales que provocan?

La delincuencia cobra piso y chantajea a todo tipo de negocios, y el efecto ha sido cerrarlos, despedir a los empleados, perder la inversión hecha y hasta la vida, sin que las autoridades consideren que sea parte de su deber erradicar semejantes prácticas delictivas.

Y en este rubro no se trata por cierto de las grandes empresas, o no solamente de eso, sino de miles y miles de pequeños comercios, de “changarros” que la gente del “pueblo” abre a duras penas, para que venga un bandido a quitarle buena parte de sus escasas ganancias.

¿Acaso un transportista forma parte de la elite? Son trabajadores que exponen su vida en las carreteras, no ya por los accidentes comunes que en ocasiones pasan, sino por el asalto violento de estas bandas criminales, sin que haya autoridad capaz de exterminar estas acciones, que desde luego, no suceden en países con Gobiernos efectivos, y sí, hay que decirlo, con sociedades honestas que de ninguna manera se hacen cómplices de los criminales como suele pasar en México.

Todos los días, la gente, y lo más seguro es que también quienes trabajan en los tres niveles de Gobierno, reciben llamadas fraudulentas una y otra vez renovadas, amañadas con mayor ingenio, para robar en pequeño y en grande, y cometido el fraude, no existe camino eficaz alguno que lo resuelva, y esa maquinaria sigue operando sin mayor problema, hasta desde los reclusorios, que siguen siendo los mejores centros de capacitación delincuencial.

No hagan guerras, cumplan con su obligación de salvaguardar a la sociedad que les dio su voto y paga sus salarios, dejen de abrir carpetas de investigación que jamás se cierran, y de tratar a las personas afectadas como si fueran sus limosneros, que han de ir una y otra vez a solicitar informes de sus denuncias para recibir solamente evasivas interminables.

El segundo piso de la cuarta transformación no podrá funcionar si no está sólidamente sostenido por una reforma profunda de la sociedad y de sus instituciones que haga de este un país seguro, libre de la corrupción y de la impunidad, fuentes permanentes de la delincuencia.

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