Guatemala
Por casi trescientos años parte de la Nueva España, Guatemala es hoy la puerta de Centroamérica, una puerta que sólo se abre de aquí para allá y que últimamente se mantiene cerrada. Eso no impide que tantos y tantos centroamericanos la brinquen, para entrar al infierno mexicano, suprema prueba para poder llegar al “paraíso” estadounidense.
Para estas personas, migrantes que llevan su fuerza laboral y su ingenio como único bagaje, la travesía mexicana acaba siendo mucho peor y más prolongada que el paso del Darién. Son pobres que creen poder salir de su condición por medio del trabajo, viajan con todos sus ahorros convertidos en unos cuantos dólares para pagar polleros por toda la ruta, y a pesar de los muchos años, siguen ignorando que en este país los pobres y con mayor razón, los migrantes, carecen por completo de derechos.
Sus familias lo han vivido en estos días, en sus pueblos de origen, allí donde no tenían más futuro que la miseria, allí donde dejaron esperanzas que hoy regresan en ataúdes. Tamaulipas fue el paredón y la tumba, la muerte a unos pasos de cruzar a donde pensaban tendrían vida.
En México a nadie parece importarle, ya estamos acostumbrados, miles de pobres engrosan las listas de desaparecidos, o yacen como desconocidos en las bodegas del SEMEFO, o permanecen sepultados en esas infinitas fosas clandestinas que en Jalisco surgen con tanta prodigalidad. A la hora de juzgar estos lamentables hechos, nuestro escaso desarrollo mental nos hace caer en sofismas como “para qué se meten”, “quién les manda venir”, “sabrá Dios por qué los mataron”, y otras sandeces por el estilo.
En Guatemala los deudos piden justicia ¿a quién?, ¿a las autoridades guatemaltecas?, ¿a las mexicanas?, ¿acaso no son unas y otras parte del mismo sistema político que nos mantiene a todos sometidos a la misma condición? Tanto allá como acá, partidos van y partidos vienen, sin que nadie resuelva el grave problema de la inseguridad y del hambre, particularmente el inaudito drama de los desaparecidos y el de la impunidad con que se comete todo tipo de delitos sin que pase otra cosa que esa manía de abrir carpetas de investigación al infinito, mismas que rara vez se cierran.
Al salir de su tierra, parecería que carecen de nación, pero cuando los regresan muertos, inmediatamente las autoridades cubren los ataúdes con la bandera patria y brindan a los familiares toda clase de facilidades para que sepulten lo más pronto posible sus ilusiones dramáticamente frustradas.
Junto con Honduras, Guatemala, nación de enorme riqueza natural, es el país continental con la mayor desigualdad económica de América, de hecho, los ingresos del uno por ciento de la población equivalen a las ganancias de la mitad de los trabajadores del país. Por lo pronto el presidente de aquella nación decretó tres días de duelo nacional, pero nada que ayude a modificar las estructuras inicuas que propician la miseria de tan alto número de personas.
Cuando todas las clases sociales sean capaces de asumir a cada desaparecido, a cada migrante maltratado, a cada persona asesinada o en situación de miseria, como parte de su propia familia, entonces las cosas cambiarán.
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