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Guadalajara, cómo hallarla

Si es difícil llegar a la ciudad, es más difícil aún encontrarla, es como buscar una aguja en un pajar.

Porque Guadalajara ha sido desde el principio, más una comunidad cultural, que un poblamiento físico. Lo revelan los datos, la ciudad de Guadalajara se fundó en 1532 y desde entonces existió independientemente de si estaba en Nochistlán, en Tonalá, Tlacotán o en el valle de Atemajac, lugar donde al presente parece que sobrevive.

Las familias fundadoras eran migrantes, habían dejado su patria de origen para lanzarse a la travesía “de la mar océano”, decisión muy audaz que habla no solamente de la necesidad que tenían de nuevos horizontes, sino del temple y carácter de aquellas gentes. Sin duda que el espíritu de aventura y el deseo de prosperidad se aparejaban muy bien en su espíritu, es así que cruzaron Veracruz, el valle de Puebla y el de México, las tierras espléndidas de Michoacán y vinieron a asentarse en la zona de momento más agreste y fronteriza que el imperio español tenía al occidente y norte de esta región.

Con el permiso y protección de los quince pueblos indígenas que bordeaban el valle de Atemajac, la ciudad se estableció, luego de diez años de peregrinaje, en dónde hoy se ubica su Centro Histórico, que todo él podría ser un gran museo de los orígenes y desarrollo de la ciudad, comunidad y urbanismo, tanto por su dimensión física como por el hecho de estar, como los museos, desairado, y desconocido, lleno de objetos, pero sin personas, es decir, una Guadalajara vacía.

¿Cómo hallar pues a Guadalajara? El eco de su espíritu resuena en los sones del mariachi, en su culinaria típica, en su habla regional, pero es difícil ubicar a su gente en medio de este archipiélago de islas culturales en que se ha convertido la Zona Metropolitana.

La inmigración como fenómeno comenzó a partir de la guerra de Independencia, y se sostuvo con menor intensidad a lo largo del siglo XIX. Las guerras civiles que marcaron la vida del país entre 1911 y 1936 generó nuevas oleadas de inmigrantes, que sin embargo Guadalajara, la comunidad, tenía la capacidad de integrar a su cultura y a su historia. Años después, la introducción del agua de Chapala a la ciudad detonó, ya de manera incontrolable, su expansión como auténtica mancha urbana, que devoró los antiguos pueblos indígenas y comenzó a atomizar la cultura tapatía.

Plaza del Sol fue nuestro primer centro comercial, y el primer ejemplo de que estos establecimientos apostarían a parecerse a todo, menos a Guadalajara, ¿qué conserva de lo tapatío Andares, Galerías, Plaza México, Fórum, o la Gran Plaza? A diferencia de otros países y aún regiones de México, aquí los propios y los extraños han buscado de manera consistente los estilos internacionales, anodinos, nada originales, y carentes de identidad propia como forma de ser modernos y actuales, hoy se diría, globales.

Vestirse de charro, contratar un mariachi, comer tortas ahogadas y brindar con tequila es algo que todo mundo puede hacer, pero no todo mundo ha podido generar, nosotros nos hemos quedado con los productos, pero estamos perdiendo el espíritu que fue capaz de hacerlos, en eso radica perder la identidad y desdibujar la cultura, por mucho que celebremos un aniversario más del traslado de Guadalajara al valle de Atemajac.

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