Gracias, Raúl
No sé si después de algún Festival (de Cine) o en fiestas decembrinas habiendo pasado ya el trajín de la FIL, en una relajada y bella tarde donde la conversación de la sobremesa fue el platillo principal de aquel día, Raúl Padilla, demás comensales y yo, nos entramamos en un turbulento vaivén entre Cuba y los ideales que habían marcado a una generación de hijos de aquella revolución, y Alicia Alonso que con su Ballet Nacional había conquistado y unificado a todo el pueblo de aquella isla y de la América Latina nuestra. Antes de terminar la velada Raúl me prometió un regalo, y la siguiente vez que nos vimos me tenía en sus manos el libro que lleva el nombre de la obra más importante de Stravinsky y también de Carpentier, “La Consagración de la Primavera”.
Raúl era un hombre con una curiosidad impresionante, tenía un honesto interés por cuanto pasaba por sus ojos y sabía casi todo porque alguien durante alguna otra cena o sobremesa ya se lo había contado. Pero de lo que no sabía, no mentía, asentía con prudencia o casi no gesticulaba, pero veía (a la duda) con la misma mirada serena que raras veces le vi perder, luego se callaba y resguardando su propio pudor preguntaba después a su gente de confianza. Se conducía con respeto ante los artistas a quienes siempre vio como guardianes de lo que realmente valía la pena en la vida, nos procuraba y nos construyó templos enormes en esta su adorada ciudad.
Lo vi en muchas ocasiones rendirse ante una gran conversación, ante quienes la hacían. Escuchaba como nadie con una dorada atención, cuando lo hacía contenía toda emoción visible o palpable y hasta no ver terminada la intervención del otro, opinaba, dictaba, callaba o cambiaba de tema. Encontré en Raúl a un hombre que realmente valoraba y creía en el trabajo, a alguien que veía y conocía al otro a través de la labor que hacía. Nunca nadie le engañó al respecto: siempre supo qué hacía quién, desde dónde operaba el de enfrente y cómo lo hacía. Raúl conocía a quien le rodeaba en términos de confianza y lealtad y a quienes estaban ahí cerca tratando de venderle espejitos. A todos trató con la misma diplomacia. A pesar de lo que se piensa, nunca estuvo solo en el liderazgo de la Universidad. Aunque pareciera que muchos pierden a una gran figura paterna, a lo largo de este tiempo el Lic. sembró cuidadosamente que el amor y lealtad fuesen también dirigidos hacia la verdadera y única “mater”, la Universidad.
A Raúl y su gestión al frente de la de facto secretaría de cultura de Jalisco, le debemos la primera Muestra de Cine y luego su Festival Internacional de Cine en Guadalajara, la consagrada e internacionalmente respetada Feria Internacional del Libro, Papirolas, el Teatro Diana, el Auditorio Telmex, el rescate del Teatro Experimental de Jalisco, la Higinio Ruvalcaba, el Blumenthal, la Biblioteca Juan José Arreola, la antigua Calle 2, el CCU y mi muy querido Conjunto de Artes Escénicas, la permanencia de la Cineteca. Raúl no a todos daba, confiaba en que poniéndolos donde había, cada quien haría con su destino lo posible. Por eso ahora que deja un legado en pie de enormes templos dedicados al arte, toca a nosotros los vivos, los artistas, habitarlo en adelante. El gran gestor cultural ha muerto, pero el arte, la cultura y sus artistas de verdad vivirán siempre en él.
El hombre valiente y cauto, tierno y mordaz que proyectó luz, fue también sombra, y es que ninguno de nosotros nos libramos de ella, somos sólo el compendio de ambas. En plena consagración de esta primavera recuerdo a Raúl como al hombre con el que siempre mantuve una clara y honesta conversación, como al ser humano que me tendió la mano en momentos para mí muy dolorosos, y vio con compasión hacia quienes sabía que padecíamos.
Gracias, Raúl, por todo. Descansa en paz.
A sus hijos Raúl y Jessica, a sus hermanos, a su mujer, a sus deudos.
argeliagf@informador.com.mx• @argelinapanyvina