Ideas

Gonzalo Fernández de Oviedo

Para Guillermo García Oropeza:

sit tibi terra levis

Es lugar común afirmar que en siglos pasados, antes de tantos avances de la medicina, la gente se moría muy joven. Lo malo de hablar en términos tan generales es que no permite explicar las muchísimas excepciones. Si se hace un análisis estadístico riguroso, se ve que la mortandad materno-infantil representa una concentración brutal en defunciones durante la primera infancia y entre las mujeres por complicaciones perinatales.

Esto viene al caso porque a mucha gente le suena rarísimo, aunque no lo sea tanto, que alguien como don Vasco de Quiroga haya vivido 96 años (y no sin correr riesgos: seis veces cruzó el Atlántico), o que fray Antonio Alcalde haya llegado de 70 al Obispado de Guadalajara, y en los siguientes veinte años (murió de 90) haya trabajado por su grey como nadie antes. De cualquier forma, uno se pregunta cómo, con aquellas trabas y limitaciones, muchos personajes lograran viajar tanto, hacer tantas cosas, saber de todo y escribir tan copiosamente.

Uno de esos personajes es el polígrafo, jurista, hombre de armas y explorador Gonzalo Fernández de Oviedo, que en sus setenta años de vida logró empacar una actividad prodigiosa. Vale la pena leer la biografía de este hombre del Renacimiento, cuya carrera empezó con los Reyes Católicos. Nacido en 1478 de familias hidalgas asturianas, desde los doce años sirvió como paje en Sevilla a un sobrino del rey Fernando y fue testigo de la última fase de la conquista de Granada, que en sus años postreros evocaría en sus Batallas.

A la muerte de Isabel la Católica pasó a Génova como soldado. Estuvo por temporadas más o menos largas en Milán, Mantua, Roma (donde presenció el jubileo de 1500) y Nápoles; regresó luego a España. Para 1505 ejercía como historiador y trabajaba en su Catálogo real de Castilla, y para el Santo Oficio como notario apostólico y secretario del Consejo.

En 1513 pasó a las Indias en la expedición de Pedrarias Dávila, quien había sido nombrado gobernador de Castilla del Oro (Colombia), donde Oviedo fungió como escribano del Consejo de Indias. Inconforme con las arbitrariedades de Dávila, comenzó a escribir su monumental Historia General y Natural de las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano (cuya segunda parte sólo se publicaría a mediados del siglo XIX).

En 1515 regresó a España, viajó a Flandes buscando conocer al joven rey Carlos. Tras discutir con Bartolomé de las Casas por su proyecto de gobernación en los reinos de ultramar (y de paso escribir una novela y otros libros), se embarcó, con su mujer y dos hijos, rumbo al puerto de Darién, donde llegó a mediados de 1520. Su regreso a América estuvo lleno de tropiezos y contratiempos, pero él intentó imponer leyes contra los abusos de los conquistadores. Volvió de nuevo a España, donde estuvo de 1523 a 1526, en busca de apoyos en la corte (escribió mientras tanto varias obras y tradujo a Boccacio), regresó a América y por último otra vez a España, donde murió en Valladolid en 1557.

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